Un santuario para Dios

En el campamento de los israelitas había gran movimiento. Chicos y grandes corrían de aquí para allá, todos felices entregando sus ofrendas. Eleazar y Raquel saltaban alegres mientras llevaban su ofrenda. Raquel llevaba sus aretes de oro, que le había dado una vecina en Egipto. También regalaría un pomo de perfume.

Eleazar está contento de ofrendar

Ofrendas, ¿para qué? Las ofrendas eran para edificar un santuario para que Dios viva en medio de su pueblo. ¡Un santuario!

¿Qué es un santuario? Es un templo, un lugar para adorar a Dios. El santuario que iban a construir los israelitas era diferente; se llamaba tabernáculo. Tenía que ser portátil, para que pudieran armarlo y desarmarlo en sus viajes.

¿Qué ofrendas traía la gente? Para la construcción del tabernáculo se necesitaba:

  • oro, plata y cobre
  • tintes azul, púrpura y rojo
  • lino fino
  • pelos de cabra
  • pieles de carnero
  • madera de acacia
  • aceite para lámparas
  • perfumes
  • piedras preciosas

¡Y mucho más!

Dios dio las instrucciones

¡Qué alegría sentían los israelitas! Iban a tener un lugar propio para adorar a Dios; un lugar que ellos mismos habían ayudado a preparar. Nunca habían tenido un santuario.

Eleazar recordaba el día cuando Moisés bajó del monte y su cara brillaba. Moisés tuvo que ponerse un velo porque el brillo les empañaba la vista. Dos veces Moisés pasó cuarenta días en el monte con Dios. Allí Dios le dio todas las leyes, y las instrucciones para hacer el santuario.

Moisés necesitaba gente que le ayudara a construir el santuario. Para dirigir el trabajo, Dios nombró a Bezaleel y Aholiab. A ellos les dio sabiduría por medio del Espíritu Santo, para que hicieran toda clase de diseños y trabajo artístico. El Señor también les dio sabiduría extraordinaria para que puedan enseñar a otros. Ellos dirigieron el trabajo.

Para Eleazar era muy emocionante porque Aholiab era su tío. Entre sus compañeros él se mostró un poco orgulloso; pero cuando su tío se dio cuenta de esto lo reprendió. No era cosa de jactarse sino de ser humilde y agradecer a Dios.

Bezaleel y Aholiab

Más de lo necesario

Eleazar ayudaba a su tío. Le alcanzaba las herramientas o hacía mandados. Él escuchaba las conversaciones de los trabajadores. Un día oyó que tenían una gran preocupación.

¿Qué será que los preocupa? pensaba Eleazar.

Bezaleel y Aholiab estaban preocupados porque el pueblo de Dios traía muchas ofrendas.

–No sé qué hacer con todo lo que trae la gente –dijo Aholiab–. Tengo que hablar con Moisés.

Moisés inmediatamente dio una orden para que ya no se dé más ofrendas. Por todo el campamento los mensajeros gritaban: «¡No más ofrendas! Hay suficiente material.»

¡Imagínate! Ya no tenían permiso de dar más ofrendas. Había todo lo necesario para hacer la obra, ¡y sobraba!

La gloria de Dios

Todos trabajaron felices en la construcción del tabernáculo. A los hombres les tocó hacer los muebles y los utensilios.

Las mujeres tejían e hilaban. Tenían que hacer muchas cortinas. También hicieron vestidos para los sacerdotes.

La mamá de Eleazar y sus amigas

Raquel acompañaba a la mamá de Eleazar. ¿Recuerdas que su mamá había muerto? Ahora la mamá de Eleazar era como su mamá y Eleazar era como su hermano.

Un día Aliohab llegó con una noticia emocionante a la carpa de la familia de Eleazar. El trabajo del santuario estaba listo.

–Mañana vamos a armar el tabernáculo –dijo–. Pienso que Eleazar y sus amigos querrán ir a mirar.

¡Cómo miraban! Una por una, con sumo cuidado, armaron cada parte de ese hermoso santuario en el desierto. Dios había dado instrucciones específicas de cómo armarlo y desarmarlo. Era importante que se cumpliera cada detalle.

Cuando todo estuvo armado, Dios mostró su gloria. ¡Una gran nube se posó sobre el santuario! Y allí quedó la nube hasta que era hora de seguir el viaje.

Durante cuarenta años Eleazar y Raquel vieron la gloria de Dios sobre el santuario, ese tabernáculo que todos habían ayudado a construir. Muchas fueron sus aventuras. En todas ellas, Dios nunca los abandonó. ¡Con sus hijos y sus nietos llegaron a la Tierra Prometida!

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Aquí terminan las Aventuras en el Desierto. Pero habrá una segunda parte.

Vendrá pronto:

LA CONQUISTA DE LA TIERRA PROMETIDA

La serpiente de bronce

Había serpientes venenosas en todo el campamento. ¿Qué había pasado? Otra vez el pueblo de Israel estaba descontento.

–Estamos cansados del maná –decía la gente.

El maná era el pan que Dios mandaba cada día.

–Tenemos sed. ¡No hay agua! –se quejaban otros–. ¡Queremos agua!

–Moisés, ¿por qué nos sacaste de Egipto? ¿Para hacernos morir en el desierto?

¿Te parece que los israelitas eran malagradecidos? Dios les mandaba todos los días comida del cielo, y ellos se cansaron de esa comida.

El pueblo de Israel se parece un poco a ti y a mí. ¡Cuántas veces nos quejamos! Si hace calor, decimos que hace calor; si hace frío, nos quejamos del frío. Cuando llueve, no nos gusta mojarnos, y el día que no llueve, nos fastidia el polvo.

Algo más… ¿Te gustaría comer todos los días la misma cosa? Eso es lo que hacían los israelitas.

Los israelitas se quejan del maná

Serpientes venenosas

Cuando Dios oyó las quejas del pueblo decidió castigarlos. Envió serpientes venenosas que los mordieron. Muchos de los israelitas murieron.

¿Cómo habrá sido vivir en el campamento de Israel? ¡Las serpientes venenosas se resbalaban y se retorcían sobre la gente! ¡Era horrible!

Las serpientes mordían a unos en el brazo, a otros en las piernas. Alguien tal vez fue mordido en el estómago. Las heridas eran dolorosas. «Ay, ay, ay», gritaba la gente por todo el campamento.

Eleazar y Raquel miraban asombrados lo que pasaba. A ellos no les atacaron las serpientes ni tampoco a sus padres. ¿Sería porque ellos no se habían quejado? Simón, el papá de Eleazar, desde el principio había apoyado a Moisés.

El pueblo se arrepiente

El pueblo que se había quejado fue a hablar con Moisés. Todos estaban arrepentidos.

–Moisés, hemos pecado al hablar contra el Señor y contra ti. No debíamos habernos quejado. ¿Puedes pedirle al Señor que quite las serpientes del campamento?

Moisés tenía mucha paciencia. Hizo lo que el pueblo desobediente y malagradecido le pidió. Oró al Señor; le pidió que perdonara al pueblo.

–Raquel, vamos a la colina que está en medio del campamento –le dijo Eleazar a su amiga–. Dicen que allí Moisés está levantando una serpiente en un palo.

–¡Vamos! –dijo Raquel–. ¿Qué hará él con la serpiente?

La serpiente de sanidad

Los niños vieron a Moisés subido en una escalera sobre un palo grande. Estaba colgando allí una serpiente.

Los que miraban la serpiente, se sanaban

Moisés mandó mensajeros por todo el campamento.

«¡Atención! –gritaban los mensajeros–. ¡Miren a la serpiente que Moisés ha puesto en el palo! Si les muerde una serpiente, ¡miren a esa serpiente de metal y serán sanados.»

Eleazar y Raquel vieron muchos milagros ese día. Cada persona que tenía una mordedura venenosa, tan pronto miraba a la serpiente que Moisés había puesto en un palo sobre la colina, se sanaba. Uno tras otro de los que se estaban muriendo por el veneno, se levantaban.

¡Qué fácil fue para los israelitas ser sanados! Sólo tenían que mirar a la serpiente. Los que decían que era ridículo, y no la miraron, murieron por las picaduras venenosas.

No fue la serpiente de bronce que sanó a los israelitas que tenían mordeduras venenosas. Ellos fueron sanados por el poder de Dios, al ser obedientes. Dios dijo que miraran a la serpiente de bronce, y cuando obedecieron, fueron sanados.

«Como levantó Moisés la serpiente en el desierto,
así también tiene que ser levantado el Hijo del hombre.»

Como Moisés puso la serpiente sobre un palo grande y lo levantó en alto, Jesús fue levantado al morir en la cruz. Todo el que cree el Él recibe la salvación.

No es la cruz de Jesús que te salva, sino creer en Jesús que murió en la cruz, eso te da el perdón de pecados.

Todos los que miraron a la serpiente fueron sanados.

Todos los que creen en Jesús que murió en la cruz son salvos. Jesús murió y resucitó para ser tu Salvador. ¿Lo crees?

En Mis Perlitas encontrarás muchas ayudas para esta historia.

MIS PERLITAS

Agua de la roca

Eleazar y Raquel a menudo conversaban con sus amigos acerca de la Tierra Prometida. Muy emocionados salieron de Egipto.

Moisés había dicho que iban a ir a una tierra donde la leche y la miel eran tan comunes como pan, una tierra hermosa que Dios les daría. Ahora no hacían más que vagar por el desierto.

–Si no fuera por los espías infieles hubiéramos estado en la Tierra Prometida –dijo Eleazar.

–Nos vamos a volver viejos aquí en el desierto –le respondió Raquel.

El problema del agua

Ahora había un nuevo problema. ¡No, no era nuevo! Varias veces había pasado lo mismo. Pero otra vez, ¡no había agua! Nadie puede vivir sin agua.

El pueblo de Dios necesitaba cada día mucha agua. Agua para tomar, agua para lavarse, agua para el ganado, agua para lavar la ropa. En el desierto no era fácil conseguir agua.

Los millones de israelitas necesitaban cada día el equivalente de mil camiones cargados de agua. ¡Pero en el desierto no había camiones que repartían agua! La gente se quejaba, y pedía agua de Moisés y su hermano Aarón.

«¿Por qué nos has traído al desierto? ¡Ojalá nos hubiéramos muerto en Egipto! –decían–. Ahora nos vamos a morir de sed. ¡Necesitamos agua! ¡Agua, mucha agua!»

Agua y palmeras

La primera vez que les faltó agua a los israelitas, buscaron por tres días. Eleazar nunca olvidaría lo que pasó cuando encontraron agua. Él y sus amigos corrieron a la fuente; pero el agua era amarga. ¡Qué feo sabor tenía!

Moisés oró a Dios, y Dios le mostró un árbol. Cuando echó el árbol al agua, las aguas se endulzaron.

–Esa es el agua más rica que jamás he bebido –dijo Raquel.

Cuando siguieron el viaje Dios los llevó a un lugar hermoso llamado Elim, con doce fuentes de agua y setenta palmeras.

–¿Recuerdas qué bonito era jugar allí? –le preguntó a Eleazar uno de sus amigos.

–Ojalá hubiera palmeras aquí –dijo Raquel–. El sol quema fuerte. ¡Necesito sombra y tengo sed!

Otra vez la gente se estaba quejando porque no había agua. Moisés sabía lo que tenía que hacer. Oró al Señor.

Donde el pueblo estaba acampado había una roca inmensa. Dios le dijo a Moisés que reúna a la gente, que tome su vara, y que se pare junto a la roca.

Una vez antes Dios les había dado agua de la roca. Ese día, ¡Moisés golpeó la roca y salió agua!

Moisés golpea la roca

«Ahora no vas a golpear la roca –dijo Dios a Moisés–. Solamente le vas a hablar y va a brotar agua.»

Y así lo hizo Moisés. Casi así… ¡pero no!

Moisés estaba tan enojado con la gente rebelde, que en vez de hablar a la roca la golpeó, ¡y lo hizo dos veces! El pueblo miró admirado cuando salió agua como un chorro.

Raquel corrió a tomar agua… ¡todos corrieron a tomar agua!

Todos… ¡menos Moisés! Sintió dolor en su corazón. ¡Había desobedecido! En vez de hablar a la roca la había golpeado.

Dios quería mostrar su poder, sacando agua de la roca sin necesidad de que Moisés la golpee. Dios fue bueno y dio agua al pueblo aunque Moisés desobedeció. Pero castigó a Moisés y a Aarón. ¡No entrarían en la Tierra Prometida!

Eleazar y sus amigos notaron que Moisés estaba triste.

¿Qué habrá pasado? pensaba Eleazar.

Pronto se enteraron de que Moisés, el gran siervo de Dios, había sido desobediente. Moisés no había hablado a la roca.

–Yo vi que Moisés golpeó la roca –dijo uno de los niños.

–¡Y la golpeó dos veces! –dijo Raquel, y levantó dos dedos.

–Dicen que ya no va a entrar en la Tierra Prometida –dijo un muchacho que siempre se enteraba de las últimas noticias.

Así fue. Aunque Moisés oró a Dios que tuviera misericordia y lo dejara entrar en la Tierra Prometida, la respuesta fue que no.

«Basta, no me hables más de este asunto», dijo Dios; pero le permitió que vea desde lejos la tierra de Canaán.

Moisés sabía que la obediencia es una forma segura de adorar a Dios; pero lo venció el enojo.

¡Seamos obedientes!

Moisés mira de lejos la Tierra Prometida

Todo lo relacionado con esta historia, en:  MIS PERLITAS

Los doce espías

Espías. Era el juego popular entre Eleazar y sus amigos. Durante más de un mes habían jugado a los espías. Era emocionante porque el pueblo de Dios tenía espías de verdad.

Después de pasar un año en el campamento junto al monte de Sinaí, habían seguido el viaje hacia la Tierra Prometida. Dios había dado a Moisés todas las leyes para el pueblo. Ahora iban a conquistar la tierra. Ya no vivirían en carpas. ¡Tendrían casas y jardines propios!

Moisés había enviado a doce hombres para explorar la tierra, un líder de cada una de las tribus de Israel. Todos esperaban con ansias las noticias que iban a traer.

Cuando Eleazar no jugaba a los espías, él y Raquel contaban historias de su imaginación acerca de la tierra que Dios les iba a dar. Esperaban que allí sus padres decidieran ser vecinos. No querían separarse.

Regreso de los espías

–¡Eleazar! ¡Eleazar!

Raquel fue corriendo a la carpa de su amigo para contarle la noticia. ¡Los espías estaban de regreso!

–¡Eleazar, ven a ver lo que traen los espías!

¡Era increíble! Caleb, el amigo de Josué, y otro espía cargaban en un palo un inmenso racimo de uvas.

Además de las uvas los espías traían higos y granadas. A Raquel se le hacía agua la boca. ¡Cómo quisiera probarlos! En el desierto no había frutas.

Todo el pueblo se reunió para escuchar los informes.

–La tierra que fuimos a ver es muy hermosa –dijo uno de los espías–. Miren y vean los frutos que hemos traído. En Canaán la leche y la miel son tan comunes como agua.

–Pero la gente que vive allí es muy fuerte –dijo otro espía–, y las ciudades están bien protegidas.

–¡También hay gigantes! –gritó un tercer espía.

–No vamos a poder conquistar la tierra –dijeron varios de ellos a la vez.

El informe de Caleb y Josué

Entonces Caleb, uno de los espías, él que había traído el gran racimo de uvas, levantó las manos y gritó:

–¡Sí podemos conquistar la tierra!

–¡No! –dijeron los demás espías–. (Todos menos Josué.) ¡Es imposible! Los hombres que vimos allí son enormes.

–¡Pero Dios está con nosotros! –dijo Caleb.

–¡Sí! Dios está con nosotros –dijo Josué.

Caos en el campamento

Hubo caos en el campamento. La gente gritaba. Casi todos pasaron la noche llorando. Pensaban en volver a Egipto.

–¿Por qué seguimos a Moisés? ¡Vamos a elegir otro jefe!

Eleazar y Raquel escuchaban asombrados lo que estaba pasando. Había sido emocionante para los muchachos jugar a los espías. Ahora, todo era caos. Nadie jugaba.

–¡No desesperen! –dijeron Caleb y Josué, tratando de calmar al pueblo–. Dios nos va a ayudar a conquistar la tierra.

–Vamos a comer a esos gigantes como si fueran pan –dijo Caleb–. ¡El Señor está con nosotros!

Pero la gente no les hizo caso. Más bien, ¡querían apedrear a Josué y Caleb! Todos se habían desanimado.

Pero no todos. El papá de Eleazar y algunos otros hombres creyeron a Josué y Caleb. ¡Eso animó a Eleazar!

El castigo de Dios

Dios castigó al pueblo por haber dudado. Tendrían que vagar por el desierto durante cuarenta años, hasta que murieran. Sólo los niños y los jóvenes verían la Tierra Prometida. También Josué y Caleb, porque ellos confiaron en Dios.

–No es justo –dijo Eleazar–. Por culpa de los que no creen todos vamos a sufrir. Quiero ir a la Tierra Prometida.

–Yo también quiero ir –dijo Raquel–. ¡Nos vamos a volver viejos vagando en el desierto!

¡Así fue! Eleazar y Raquel crecieron, se casaron, tuvieron hijos, y también nietos. ¡Y seguían vagando en el desierto!

Ya no era divertido jugar a los espías.

Viene pronto el siguiente capítulo: Agua de la roca

 

MIS PERLITAS

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Los mandamientos de Dios

Era emocionante. Eleazar y Raquel, juntamente con los millones de israelitas, habían llegado a Horeb, el monte de Dios.

–¿Sabías que Dios le dijo a Moisés que todos vendríamos a este monte? –le preguntó Eleazar a Raquel.

–¿Cómo lo sabes? –le respondió Raquel.

–Escuché a papá cuando hablaba con sus amigos. ¿Verdad que es emocionante? ¡Se ha cumplido la promesa de Dios!

Una zarza envuelta en llamas

Moisés era pastor de ovejas. Cuidaba el rebaño de su suegro Jetro. Un día llevó a las ovejas por el desierto hasta que llegó a Horeb, el monte de Dios. De pronto pasó algo impresionante. Moisés observó una zarza envuelta en llamas. ¡La zarza ardía, pero no se consumía!

¡Qué cosa rara! –pensó Moisés–. Tengo que ir a investigar por qué la zarza sigue ardiendo.

–¡No te acerques! –llamó el ángel de Dios desde la zarza–. Este lugar es santo. ¡Quítate las sandalias!

Allí, Dios habló a Moisés y le dio la misión de libertar al pueblo de Israel de la esclavitud.

–Cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, en este monte me rendirán culto –dijo Dios.

Dios le dio a Moisés los detalles.

En el monte de Dios

Ahora el pueblo había llegado al monte de Dios. Después de tres meses de viaje armaron allí su campamento. Se quedarían un tiempo, para descansar después del largo viaje.

Los niños corrían y saltaban alegres. Al fin tendrían tiempo para sus juegos. ¿Cómo habrá sido ser uno de ellos?

El monte era grande. Eleazar y Raquel y los demás niños estaban impresionados; algunos tenían miedo. Dios les había hablado. Chicos y grandes respondieron a una voz: «Cumpliremos con todo lo que el Señor nos ha ordenado.»

Los israelitas no tenían permiso de acercarse al monte. Era un lugar santo, como cuando la zarza ardía allí sin consumirse. Sólo

Moisés subía al monte para hablar con Dios. Dios aparecía en una nube densa y su voz era como truenos.

–¿Has visto el cerco que Moisés ha hecho poner alrededor del monte? –le preguntó Eleazar a su amiga Raquel–. Nadie tiene permiso de acercarse. Ni siquiera los animales.

–Tienes que cuidar a tu cordero travieso–le dijo Raquel.

–Sí, porque si alguien se acerca al monte va a morir. No quiero que mi Campeón se muera.

Campeón era el cordero que Eleazar había encontrado en el fondo del mar. ¿Lo recuerdas? Ahora era su fiel mascota.

Los Diez Mandamientos

Nuestro Dios santo quería enseñar respeto y reverencia a su pueblo. Todos se prepararon para una visita especial de Dios. Lavaron su ropa y se bañaron para estar limpios por fuera. Moisés les ayudó a pedir que Dios limpiara su corazón.

«Santifíquense para entrar en la presencia de Dios.»

Al tercer día hubo truenos y relámpagos. El monte parecía un horno en llamas; salía humo. Un toque fuerte de trompeta puso a temblar a todos. ¡El monte Horeb se sacudía!

Nuevamente Moisés subió al monte. Dios tenía muchas cosas que hablar con él. Pero le advirtió que el pueblo no subiera. Moisés estuvo en el monte cuarenta días.

Dios dio a Moisés leyes para el pueblo de Israel. Ellos no tenían leyes propias, porque habían obedecido al faraón en Egipto.

Ahora que eran un pueblo libre necesitaban leyes. Dios hizo un resumen de todas las leyes y las escribió en tablas de piedra. Con su dedo escribió los Diez Mandamientos.

Eleazar aprendió esos mandamientos. Él se los enseñó a su amiga Raquel. ¿Sabes tú los Diez Mandamientos?

           1. No tengas otros dioses.
           2. No te hagas ningún ídolo.
           3. Respeta el nombre de Dios.
           4. Guarda el día de reposo.
           5. Honra a tu padre y a tu madre.
           6. No mates.
           7. No cometas adulterio.
           8. No robes.
           9. No mientas.
           10. No codicies.

Dios nos ha dado leyes porque nos ama. Los mandamientos nos protegen. ¿Sabes cuál mandamiento tiene promesa? Dios ha prometido que si honras a tus padres te irá bien y tendrás una larga vida sobre la tierra. Ser obedientes y respetuoso es una forma de honrar a Dios y a tus padres.

Eleazar y Raquel verán muchas maravillas en su viaje
por el desierto. La próxima semana viene: Los doce espías.

 

MIS PERLITAS

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Comida del cielo

El pueblo de Israel había estado de viaje un mes en el desierto. La comida que habían traído de Egipto se les acababa y tenían hambre. Comenzaron a quejarse.

–¡Ojalá nos hubiéramos muerto en Egipto! –decían algunos–. Allí teníamos carne y pan.

–Moisés y Aarón nos han traído al desierto para que muramos de hambre –decían otros.

¡Había quienes amenazaban a Moisés! Estaban descontentos y querían volver a Egipto.

Eleazar escuchaba asombrado las quejas.

¿Se habrán olvidado de que en Egipto eran esclavos? pensaba nuestro amiguito.

Cena de codornices

Un día Moisés mandó mensajeros por todo el campamento. «Dice Dios que esta tarde habrá carne para comer –gritaban ellos para que todos oyeran–. ¡Y mañana va a llover pan del cielo!»

–¡Pan del cielo! Eleazar, ¿oíste la noticia?

Raquel fue corriendo adonde su amigo. ¿Pan del cielo? ¿Tenía Dios una panadería en el cielo? ¿Prepararían los ángeles pan para tres millones de personas?

Los israelitas eran por lo menos tres millones. Raquel no entendía esa cantidad; pero sabía que era mucha, mucha gente que estaba de viaje a la Tierra Prometida.

–¡Sí, va a llover pan! –dijo Eleazar–. ¿Oíste que también habrá carne? El mensajero dijo que esta tarde Dios nos dará carne. ¿De dónde sacará nuestro Dios carne para todos?

Los niños corrieron a dar aviso entre las carpas.

–¡Va a llover pan! ¡Va a llover pan!

Mientras ellos corrían y saltaban, vieron que el cielo se iba llenando de manchas negras. Cuando las «manchas» se acercaron, se dieron cuenta de que eran pájaros.

De pronto el cielo se cubrió de pájaros.

–¡Son codornices! –gritó alguien–. ¡Vienen hacia aquí!

Antes de que se dieran cuenta había codornices por todas partes. El campamento se llenó de codornices. Esa noche, todas las familias comieron codorniz asada.

Pan del cielo

Para Raquel fue difícil dormir. No porque tenía su estómago lleno de codorniz sino porque pensaba en el pan que vendría. Se daba vueltas de un lado a otro sobre su camilla.

Raquel no podía dejar de pensar en el pan que iba a llover del cielo. ¡Tenía que levantarse temprano para no perderse eso!

A la mañana siguiente, cuando Raquel y su amigo Eleazar salieron de sus carpas, vieron todo el suelo cubierto con algo que parecía rocío. Pero no era rocío. La cosa rara que había en el suelo era como escarcha o semillas.

–¿Qué es esto? –se preguntaban los israelitas.

Moisés nuevamente dio instrucciones a sus mensajeros. «Esto es el pan que Dios les manda del cielo –les ordenó que dijeran–. Recojan lo que necesitan para hacer pan; pero solamente lo necesario para hoy. No dejen nada para mañana. Los viernes deben recoger el doble. El sábado es nuestro día de descanso y nadie debe cocinar ese día.»

–¡Qué lindo! –gritaban los niños mientras ayudaban a sus padres a recoger las semillas.

Eleazar ayudó a su mamá a preparar un rico pan. Esa noche comieron tortillas con sabor a miel.

Los israelitas llamaron «maná» al pan que Dios hizo llover como rocío. Todos recogían con alegría las semillas.

Moisés había dicho que recogieran solo lo que iban a necesitar para cada día; pero muchos fueron desobedientes.

–Recojamos para muchos días –dijo una mamá.

–Niños, ayuden a recoger más semillas –dijo un papá.

Al día siguiente, los que habían recogido más maná que para un día, lo encontraron lleno de gusanos.

Dios quería enseñar a sus hijos que Él les podía dar cada día el pan que necesitaban.

Durante todos los años que anduvieron en el desierto, cada mañana el maná cubría el suelo. Era importante que se levantaran temprano para recogerlo, porque cuando calentaba el sol se derretía.

Si Eleazar y Raquel vivieran hoy, orarían a Dios lo mismo que tú puedes pedir: «Danos hoy nuestro pan cotidiano».

 

MIS PERLITAS

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Juntos de nuevo

Algo interesaba mucho al asno ¿Qué sería? Joel miraba asombrado. ¿Sería que… no… imposible… Pero, no era imposible. ¡El asno estaba mirando a Raquel!

La hija de Joel estaba durmiendo en la playa.

A su lado dormían un niño y un corderito. Los niños estaban tomados de la mano.

Joel no quería despertar a Raquel y al niño. Podía ver en sus caritas que estaban totalmente agotados. La caminata para cruzar el mar había sido muy larga. Raquel apretaba contra su pecho una hermosa conchita.

¿Quién será el niño? –se preguntaba Joel–. ¿También se habrá separado de sus padres?

Joel juntó sus manos. Miró al cielo y agradeció a Dios por haber salvado a su hija. Estaba muy feliz de haberla hallado con vida.

También pidió a Dios por el niño que dormía junto a Raquel. Él también necesitaba encontrar a sus padres.

Cuando Joel terminó de orar vio a un hombre y una mujer con caras muy preocupadas.

¡Qué raro! –pensó Joel–. Hoy todos están alegres. ¿Será que ellos andan buscando a su hijo? ¡Claro! ¡Así es!

Joel pensó que era una ocurrencia rara. Pero de pronto estaba convencido. El niño que dormía al lado de su hija tenía que ser el hijo de esa pareja triste.

Perdidos y encontrados

–¡Hola! ¡Vengan por acá! –gritó Joel–. ¿Es éste su hijo?

Simón y Elizabet volvieron la cabeza sorprendidos. Allí, en la playa, estaba Eleazar. Sí, ¡era Eleazar!

Elizabet se lanzó al suelo. Se arrodilló junto a Eleazar y lo llenó de besos. Nada podía impedirle.

–Nuestro pequeño, ¡al fin te encontramos!

La felicidad era completa. Todos lloraban de alegría: Joel, Simón y Elizabet.

Los niños se despertaron y miraron sorprendidos a su alrededor. ¿Qué estaba pasando? ¿Sería que el ejército del faraón los había atrapado al fin?

En eso, Eleazar vio a sus padres. Y Raquel vio a su papá. De un salto corrió hacia él y lo abrazó fuerte.

Cuando Elizabet dejó de hacerle cariños a Eleazar, le tocó el turno a Simón. Agarró a su hijo y le dio un par de vueltas y muchas palmadas en la espalda. Así hacía siempre cuando quería mostrarle a Eleazar cuánto lo quería.

«Dios es mi ayuda»

Todos se sentaron en la arena. Querían escuchar sobre las aventuras de los niños. Al principio no era fácil comprender lo que decían, porque estaban muy emocionados.

Raquel y Eleazar hablaban a la vez y era imposible para los padres de ellos entender lo que estaban diciendo. Pero eso no era lo más importante. Lo que más alegraba a todos era que una vez más estaban juntos.

Raquel mostraba orgullosa su linda conchita. Eleazar levantó al corderito. Joel miró muy satisfecho a Eleazar.

–Eres un muchacho valiente –le dijo–. Gracias por haber cuidado a mi hija. Sin tu ayuda no sé cómo se hubiera salvado Raquel.

Eleazar se sintió orgulloso, pero a la vez un poco tímido.

–Todos estamos contentos –dijo Elizabet y miró con mucho amor a su hijo.

–Eleazar, ¿sabes el significado de tu nombre? –le preguntó su papá–. Significa «Dios es mi ayuda».

Eleazar quedó pensativo. No sabía que su nombre significaba algo tan hermoso. Recordó la multitud de gente, las vacas que lo habían empujado, las inmensas olas que se habían alzado como dos muros, los pescados, y también el ejército del faraón. Luego afirmó:

–Sin la ayuda de Dios no nos hubiéramos salvado.

Todos inclinaron la cabeza para agradecer a Dios por haberlos salvado de la esclavitud en Egipto. Al fin eran un pueblo libre.

¡Estaban en camino a una patria propia!

El próximo capítulo: COMIDA DEL CIELO

Mis Perlita

Dibujos, actividades, láminas, multimedia, y más… encuéntralo en Mis Perlitas.

El gran coro junto al mar

Eleazar y Raquel estaban cansados, ¡muy cansados! Había sido una larga caminata llegar a la otra orilla. Eleazar puso al corderito en la arena y luego él y Raquel se acostaron a dormir. Una amable señora los tapó con una frazada. ¡Nada en el mundo podría impedirles el descanso!

Había gran alboroto alrededor de los dos amiguitos, pero ellos dormían tranquilos. Al día siguiente les contaron lo que pasó esa noche.

Al amanecer hubo un gran desorden entre el ejército del faraón. Las ruedas de los carros se caían y les era imposible seguir hacia adelante.

De repente se escuchó un grito: «¡Escapemos de Israel! ¡El Señor pelea por ellos!»

Nuevamente Dios dio una orden a Moisés. Debía levantar su vara sobre el mar. Cuando lo hizo, las grandes olas del mar se volvieron a su lugar. Cayeron los muros y todo era como antes.

El gran ejército enemigo se ahogó. Así salvó Dios a su pueblo del ejército del faraón.

Un día inolvidable

Era un día inolvidable. Los Israelitas nunca más tendrían que servir a los egipcios. ¡Para siempre habían dejado atrás la esclavitud! Rompieron en gritos de júbilo. Con todas las fuerzas de sus pulmones alabaron a Dios.

Los israelitas estaban tan contentos que se abrazaban unos a otros. Algunos lloraban de alegría. Otros se reían…

Uno de los hombres escribió un canto acerca de lo que había pasado la última noche. Otro inventó una melodía para el canto.

Pronto se podía escuchar cantar a la gente. Más de dos millones de voces se mezclaban en la hermosa armonía. Moisés era el dirigente.

Cantaré en honor al Señor,
que tuvo un triunfo maravilloso
al hundir en el mar caballos y jinetes.
Mi canto es del Señor,
quien es mi fuerza y mi salvación.
Él es mi Dios, y he de alabarlo.
Es el Dios de mis padres, y he de enaltecerlo.
¡El Señor reina por toda la eternidad!

María, la hermana de Moisés y Aarón, tomó una pandereta, un instrumento parecido a un pequeño tambor. Muchas de las mujeres siguieron su ejemplo. Todas cantaban y danzaban. ¡Qué felicidad había en el campamento!

Pero, no todos estaban felices. Por ejemplo, Simón y Elizabet, los padres de Eleazar. Ellos estaban muy preocupados por su hijo. Entre todo el alboroto de cruzar el mar, Eleazar se les había perdido. ¡Cómo habían buscado a su hijo! No había caso de encontrarlo.

¿Dónde está Raquel?

Joel, el papá de Raquel, también estaba muy preocupado. Él había ido en busca de su asno. Cuando no lo encontró, volvió al lugar donde había dejado a Raquel. Allí se encontró con toda la gente que escapaba del ejército del faraón.

Fue imposible para Joel abrirse paso para volver al lugar donde había dejado a su hija. Perdió toda esperanza. ¿Qué pasaría con su amada Raquel?

Al fin Joel tuvo que darse por vencido y acompañar a la multitud que escapaba por en medio del mar. No había encontrado a su asno; pero eso no le importaba. Lo peor era que había perdido a su hija.

¿Dónde estará Raquel? –se preguntaba–. ¿Habrá muerto, pisada por toda esta gente? ¿Se habrá ahogado en el mar?

La gente alrededor de Joel estaba muy alegre. Todos cantaban y alababan a Dios. Pero Joel no podía cantar; estaba muy preocupado. ¿Dónde está Raquel? –repetía una y otra vez–. ¿Estará viva o muerta?

Nuevamente Joel trató de abrirse paso entre la gente. Con pasos tristes iba rumbo a la orilla del mar, cuando vio algo…

¿Qué vio Joel? ¡Era su asno! Algo interesaba mucho al asno. ¿Podría ser? Sí, era cierto… ¡El asno estaba mirando a Raquel!

El próximo capítulo: JUNTOS DE NUEVO

MIS PERLITAS

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El rescate de un corderito

Raquel y Eleazar avanzaban por el mar tomados de la mano. Era de noche, pero parecía como de día. El fuego les alumbraba el camino.

De repente Raquel se quedó parada.

–¡Mira Eleazar! ¡Qué hermoso caracolito!

Los niños se arrodillaron en la arena para admirar el hallazgo de Raquel.

–¡Mira aquí, hay uno más lindo!

No era un caracolito nada más, sino muchos. Había también lindas conchas; de muchos colores. Esto les emocionó tanto que se olvidaron de la gente que avanzaba. No se preocuparon del muro de agua, ni del ejército del faraón.

El ejército de los egipcios ya casi les pisaba los talones a los israelitas. ¡Se habían aventurado a seguirlos a través del mar! Sólo la nube separaba a los dos grupos.

¿Cómo escaparían?

Sin darse cuenta del peligro, los niños corrían de aquí para allá recogiendo conchitas. La voz de un pastor de ovejas los despertó a la realidad.

–Niños, ¿qué están haciendo? –dijo el pastor–. No pueden seguir jugando más. Tienen que escapar para salvar su vida. ¿Ven esa nube? ¡El ejército del faraón está detrás de ella!

¡Era cierto! Se podía oír el ruido de los guerreros, de las carretas, y del galopar de los caballos. Raquel y Eleazar se quedaron tiesos de miedo. ¿Cómo podrían escapar?

La voz del pastor se oyó con más fuerza.

–Niños, ¿no me oyen? –les gritó–. ¡Tienen que correr! Vengan conmigo y van a estar a salvo.

Eleazar tiró sus conchitas y echó a correr. Raquel tiró todas, menos una; la más bonita. Apretó la conchita contra su pecho. Luego corrió junto a Eleazar. Ambos se apuraron para llegar a la otra orilla.

A sus espaldas el ruido de los guerreros aumentaba en volumen. La nube que los separaba se acercaba más y más. ¿Lograrían salvar la vida?

¿Llegarían a la meta?

Comenzó la emocionante carrera de Raquel y Eleazar. Avanzaban hacia adelante tan rápido como podían. Sin embargo, el ruido que hacía el ejército del faraón aumentaba más y más. Trataron de apurar los pasos, pero dentro de un rato Raquel se quejó de que ya no podía más.

–Se me doblan las piernas al correr. Estoy muy cansada.

–¡Tenemos que seguir adelante! –la animó Eleazar.

Eleazar echó una mirada hacia atrás. La nube los estaba alcanzando, y los gritos del ejército enemigo se oían con más y más fuerza. El general gritaba a su gente.

Con el miedo que tenían, las fuerzas de los niños aumentaban. Siguieron corriendo hacia la otra orilla del mar. En ese momento escucharon un gemido que inmediatamente reconocieron: «Maa, maa, baa, baa…»

Eleazar dejó de correr. Era un corderito que lloraba. Estaba atrapado entre algunas piedras. Nadie se había dado tiempo para ayudarle. Los niños se olvidaron del peligro que los amenazaba. Se arrodillaron junto al corderito y Eleazar retiró las piedras que lo tenían atrapado.

Apenas recibió la libertad, el corderito se echó a dormir. Estaba totalmente agotado.

–¿Qué vamos a hacer con el pobrecito? –sollozó Raquel.

Como no podían dejarlo solo en medio del mar, los niños decidieron llevarlo con ellos. Eleazar lo tomó en sus brazos.

Como tenían al cordero, ya no podían avanzar tan rápidamente. Más y más se les acercaba el peligro. ¿Escaparían del faraón? Eleazar volvió a mirar hacia atrás.

¡Qué raro! Parecía que la nube no se había movido. El ejército del faraón no podía avanzar. ¡Qué alivio! Sin temor los niños podían seguir su camino. ¡Al fin llegaron a la otra orilla!

Había cualquier cantidad de gente, pero los niños apenas los vieron. Estaban muy cansados. Con cuidado Eleazar bajó al corderito y lo puso en la arena. Luego él y Raquel se tomaron de las manos y se acostaron a dormir.

A la orilla del mar los niños y el cordero soñaban juntos.

El próximo capítulo: Un gran coro junto al mar

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