La compasión del rey David

Misericordia. Mefi-boset. Micaía. Doña Beatriz escribió estas palabras en la pizarra y preguntó a los niños del Club acerca de cada una.

–Todas comienzan con eme –dijo Pimienta.

–¡Qué fácil! –dijo Estrella–. Cualquiera puede ver que las palabras comienzan con eme.

– Mefi-boset. Recuerdo que estudiamos acerca de Mefi-boset –dijo Sal–. Pero no sé quién es Micaía.

–Mefi-boset era el hijo de Jonatán –dijo Samuel.

–Jonatán era amigo de David –dijo Pepita–. Hicieron un pacto de amistad. Creo que Jonatán prometió cuidar de la familia de David si algo le pasaba a su amigo.

–Y David prometió cuidar de la familia de Jonatán –agregó Estrella–. Jonatán era hijo del rey Saúl.

Los niños siguieron diciendo lo que recordaban de lo que doña Beatriz les había contado acerca de Mefi-boset.

–Mefi-boset era cojo –dijo Pimienta–. “¡No valgo más que un perro muerto!” le dijo a David. ¡Pobrecito!

–Pero David tuvo misericordia de él –observó Sal–. Lo invitó a comer todos los días en el palacio.

MISERICORDIA es la virtud para nuestra torre de fragancia –dijo doña Beatriz. Entonces invitó a Sal a que pasara a poner la palabra en la torre. Luego preguntó:

–¿Qué significa misericordia?

–Es ayudar –dijo Pepita–. Eso es lo que hizo David.

–Creo que misericordia es tener compasión –dijo Estrella.

–David tuvo compasión –añdió Samuel–. A él no le importó que Mefi-boset fuera cojo. Pero ¿quién era Micaía?

–Esa es la sorpresa de hoy –dijo la buena vecina Beatriz–. ¡Escuchen y verán!

La familia en Lodebar

En Lodebar, en casa de Maquir, vivía una pequeña familia. Si las cosas hubieran resultado diferentes, vivirían en Jerusalén, en el palacio, y el papá sería el rey. Pero no fue así.

Cuando el padre de esta familia era pequeño, su papá y su abuelo murieron en una batalla. Esa vez, vivían en el palacio. Cuando llegó la noticia de que el rey y el príncipe habían muerto en la guerra, la nana escapó con el príncipe. Con el apuro, el niño se le cayó y el pequeño quedó cojo para siempre.

El abuelo era el rey Saúl. Pero Dios había escogido a otra persona para que sea el próximo rey del pueblo de Israel, a David. Al poco tiempo, David fue proclamado rey y estableció la capital de su reino en Jerusalén.

El niño lisiado creció. Su nombre era Mefi-boset. En ese tiempo no había mucha esperanza para un cojo. Maquir lo recibió en Lodebar, y allí Mefi-boset formó su familia.

El rey David estaba ocupado en defender su reino de los enemigos. Pero no se olvidó de una promesa que había hecho a su amigo Jonatán, el padre de Mefiboset.

David decidió averiguar si había alguien de la familia de Jonatán a quien pudiera beneficiar. Mandó llamar a Siba, que había sido administrador del rey Saúl y su familia. Le preguntó si quedaba alguien de la familia de Saúl y de su amigo Jonatán a quien pudiera mostrar compasión y ayudar.

Fue así que Mefi-boset llegó al palacio. Él no sabía que su padre había hecho un pacto de amistad con el rey.

–Tu padre Jonatán y yo éramos amigos –le dijo David–. En memoria de él voy a cuidar de ti. Te voy a devolver todas las tierras de tu abuelo Saúl. Además, de ahora en adelante, comerás conmigo todos los días.

Sorpresa para el niño Micaía

Siba tenía quince hijos y veinte criados. David los puso a cargo de los terrenos que habían sido de Saúl, para que los cultiven. Siba entregaría toda la cosecha a Mefi-boset.

De un día para otro todo cambió. Mefi-boset volvió a su casa en Lodebar con la gran noticia de que irían a vivir a Jerusalén. Seguramente, Micaía saltó de alegría cuando su papá le dijo que todos los días comerían en el palacio del rey.

Imagina a Micaía corriendo por todo el vecindario, dando la noticia de que iba a comer con el rey. No un día, no una semana, no un mes… sino todos los días. ¡Siempre!

La compasión de David cambió de una vez por todas la vida de la familia en Lodebar. La sorpresa que trajo Mefi-boset al volver de Jerusalén fue la mejor de todas para Micaía. ¡Qué niño no quisiera comer todos los días en el palacio!

¡Sé compasivo, así como nuestro Padre Dios es compasivo!

MIS PERLITAS

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El sobrenombre de José

Pimienta llegó con cara sonriente al Club. Venía con zapatos nuevos y monedas en la mano. ¡Quería poner algo en el «frasco de amor» para mostrar que él también era compasivo! Estaba listo para escuchar la historia que les había prometido doña Beatriz. Sería acerca de alguien que era tan bueno que sus amigos le cambiaron de nombre.

¿Habrá sido tan bueno como doña Beatriz? –se preguntaba Pimienta–. Yo le pondría a ella el nombre Buenísima.

Para que todos vieran sus nuevos zapatos, Pimienta movía los pies de un lado a otro, causando desorden. Doña Beatriz tuvo que decirle que estuviera quieto.

–¡Mis zapatos! –dijo Pimienta–. ¡Quiero que todos vean mis zapatos!

Doña Beatriz invitó a Pimienta a que pasara al frente para mostrar a sus compañeros sus nuevos zapatos.

–Doña Beatriz es buenísima –dijo Pimienta–. Ella me ha comprado los zapatos.

¡Qué sorpresa para los niños! Samuel recordó los ojos tristes de Pimienta del otro día. Ahora su rostro brillaba.

–Gracias doña Beatriz por comprarle zapatos a Pimienta –dijo Samuel–. Ahora todos venimos al Club con zapatos.

Doña Beatriz sonrió. ¡Qué compasivo era Samuel! Seguramente le iba a gustar la historia del sobrenombre de un hombre compasivo de la Biblia.

Bernabé, el que consuela

José era un buen hermano y amigo. Era tan bueno y compasivo que los apóstoles le pusieron un sobrenombre. Lo llamaron Bernabé, que significa «el que consuela».

Saulo, que después llegó a ser el apóstol Pablo, era un furioso perseguidor de los cristianos. Un día Jesús le habló, y le hizo entender que perseguir a los cristianos era perseguirlo a Él. Ese día Saulo cambió de rumbo, y en vez de perseguir a los cristianos llegó a ser un gran siervo de Dios.

Pero muchos de los hermanos de la iglesia no creían en Saulo. Pensaban que los estaba engañando. Cuando fue a Jerusalén, los hermanos le tenían miedo.

¿Sabes qué hizo Bernabé? Tomó a Saulo y lo trajo a los apóstoles. Les dijo que podían confiar en él, porque Saulo se había entregado al Señor, y ya no los iba a perseguir. Entonces los apóstoles aceptaron como hermano a Saulo.

De Tarso a Antioquía

Saulo viajó a Tarso, la ciudad donde había nacido. Sin duda, fue para contar a su familia lo que Dios había hecho en su vida. Es importante hablar a nuestros familiares de Cristo.

Bernabé fue a la iglesia en Antioquía. Los hermanos necesitaban un pastor y los apóstoles lo enviaron allá.

Antioquía era una ciudad hermosa, rodeada de bellas montañas. La calle principal estaba pavimentada con mármol. Ninguna ciudad se comparaba con Antioquía.

La iglesia era grande y había mucho trabajo. A Bernabé no le alcanzaba el tiempo para todo lo que tenía que hacer.

Necesito alguien que me ayude –pensaba Bernabé–. ¿Quién me ayudará? ¡Ah, ya sé! Saulo, por supuesto.

Entonces Bernabé fue a Tarso para buscar a Saulo.

–¡Vamos! –dijo Saulo–. Dios me ha llamado a predicar.

No era fácil ser un seguidor de Jesús en Antioquía. La gente se dedicaba a fiestas pecaminosas y se portaba mal ante Dios.

Cuando veían a los seguidores de Jesús se burlaban, diciendo: «Miren, son los que tanto hablan de Cristo. Allá van los que pertenecen a Jesucristo. ¡Son cristianos!»

Así, por primera vez, se les llamó cristianos a los seguidores de Jesús. Ellos se parecían tanto a Cristo, que les pusieron el nombre de «cristianos».

Todo un año estuvieron trabajando allí Bernabé y Saulo.

Primer viaje misionero

Bernabé era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe. Dios lo escogió para que sea el compañero de Saulo en su primer viaje misionero. Juan Marcos, el sobrino de Bernabé, los acompañó en parte del viaje. Saulo ahora empezó a usar su nombre Pablo.

Estos misioneros viajaron por mar y por tierra. Fueron a Chipre, Perge, Iconio, Listra, Derbe… y a otros lugares. Dondequiera que iban predicaban la Palabra de Dios. ¡Qué felicidad para Pablo tener tan buen compañero como Bernabé!

A Pimienta le impresionó la historia. Así como José, a quien sus amigos llamaron Bernabé, también quería ser compasivo.

¿Y tú? ¿Quisieras tener un corazón lleno de compasión?

 

Los misioneros Pablo y Bernabé

 

MIS PERLITAS

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Sean de buen corazón

El frasco de amor. La gran pregunta era a quién se lo darían. Estrella había sugerido al amiguito Samuel, el niño huérfano que ha perdido a sus padres en un accidente y que ahora vive con sus tíos.

Doña Beatriz hizo una lista en la pizarra de las sugerencias de los niños. Casi todos eran nombres de familiares y vecinos.

 

Pepita tenía preocupación por la vecina Damaris, que vive sola y se alegra mucho cuando alguien la visita.

–Sugiero que le demos el frasco a la abuelita Damaris.

A mí me gustaría recibir ese dinero, pensaba Pimienta. Necesito zapatos. No me gusta venir al Club con sandalias.

–Mis padres me hacen venir al Club con sandalias –dijo nuestro amiguito–. Los zapatos son para ir a la escuela. Doña Beatriz, ¿puede poner mi nombre en la lista? Quisiera tener zapatos como los de Sal.

Todos votan por Samuel

Doña Beatriz podía entender que Pimienta quería tener zapatos como los de Sal, y puso su nombre en la lista.

Después de las sugerencias doña Beatriz puso los nombres a votación. Comenzaron con Samuel. Todos levantaron la mano, menos Pimienta. Pero cuando él vio que todos habían levantado la mano, no quiso ser el único que no votara por Samuel. Así que también lo hizo.

Al ver las manos levantadas de sus amigos del Club, Samuel sintió tanta emoción y alegría que le salieron lágrimas en los ojos. Ellos realmente lo amaban.

¿Habrá suficiente dinero para comprar mi uniforme? se preguntaba Samuel. ¿O tal vez algunos útiles escolares?

Entonces vio la carita triste de Pimienta. Sintió compasión por él. Quizás el dinero alcanzaría para comprarle zapatos. ¿Le daría el frasco a su amigo? Pimienta quería venir al Club con zapatos y no sandalias.

La compasión de Samuel

Como Sal era el amigo que había invitado a Samuel al Club, doña Beatriz decidió que él le entregaría el frasco con las monedas. Sal se sintió muy feliz al darle el «frasco de amor» a su nuevo amigo.

–Quiero que le pases el frasco a Pimienta –dijo Samuel–. Él quiere venir al Club con zapatos.

–Esto es para ti –dijo Sal–. Eres un niño compasivo y de buen corazón. Pero todos queremos que sea para ti.

Entonces Samuel recibió el «frasco de amor» con una gran sonrisa de agradecimiento.

Al ver la alegría de Samuel los niños se sintieron motivados a llenar un segundo frasco con monedas.

¡Ojalá esta vez sea para mis zapatos! pensaba Pimienta.

Una sorpresa para Pimienta

Pimienta no tuvo que esperar hasta que llenaran otro frasco con monedas. Doña Beatriz sintió compasión por él. Félix, el niño conocido como Pimienta, era muy especial para ella. La verdad es que le había robado el corazón. Decidió sorprender a Pimienta con lo que él más deseaba.

Doña Beatriz fue a la zapatería. El dueño era muy amable y le ayudó a escoger unos zapatos bonitos. Calcularon más o menos la talla, y él prometió que si le quedaban chicos, Pimienta podía venir a cambiarlos por la talla correcta.

¿Crees que doña Beatriz se sintió emocionada al ir a la casa de Pimienta? Sí; pero a la vez pensaba que ahora todos los niños querrían que les compre zapatos. Pero Pimienta era el único que venía al Club con sandalias.

No hay nada malo en tener sandalias; pero cuando hace frío los zapatos abrigan los pies. Aunque donde hace calor todos usan saldalias.

Pimienta saltó de alegría cuando vio a la buena vecina Beatriz y el regalo que le traía.

–¡Zapatos! –gritó Pimienta–. ¡Ahora tengo zapatos como los de Sal! Puedo ir al Club con zapatos. ¡Muchas gracias!

–Dios te ama mucho, Pimientita. Él vio el deseo de tu corazón, y puso en mi corazón el deseo de ayudarte.

–La quiero mucho, doña Beatriz –dijo Pimienta, y le dio un fuerte abrazo.

El próximo «frasco de amor» será para la abuelita Damaris, pensó Pimienta. Y decidió ayudar a reunir muchas monedas.

El siguiente día del Club Pimienta fue con zapatos nuevos y monedas en la mano. ¡Él también quería ser compasivo!

MIS PERLITAS

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La invitación de Frida

flores mamasFrida mostró a su amiga una linda tarjeta que había hecho para su mamá. Pero en ese momento sopló un viento fuerte y, sin que Frida se diera cuenta, ¡voló la tarjeta!

–¡Qué pena! –dijo Dina–. El viento se llevó la tarjeta y ahora está en el jardín de doña Renegona.

–Doña Renegona, ¡qué nombre más raro!

–Ese no es su nombre. Todos los niños del barrio le decimos así porque siempre está enojada. Ahora has perdido tu tarjeta para siempre –dijo Dina–. Nadie se atreve a entrar al jardín de doña Renegona.

–Yo sólo voy a abrir la puertita para sacar mi tarjeta.

–No lo hagas. ¿Quién sabe lo que te hará doña Renegona?

señora renegonaPROPIEDAD PRIVADA

Frida no se intimidó, sino que con mucho cuidado entró al jardín para sacar su tarjeta. Al instante se abrió una ventana y se oyó una voz enojadísima que gritó:

–¿Qué estás haciendo en mi jardín? Esta es propiedad privada. ¡Sal inmediatamente!

–Pero sólo quiero sacar mi tarjeta… –comenzó Frida.

–Nada de peros. Todos los niños me arman líos. ¡Vete!

Frida salió corriendo, muerta de miedo. Grandes lágrimas corrían por sus mejillas.

–Ahora, ¿qué hago? Tendré que hacer otra tarjeta. Tanto trabajo, y en vano.

–Ya te lo dije; perdiste la tarjeta –dijo Dina.

FRIDA SIENTE COMPASIÓN

Las niñas caminaron en silencio, hasta que Frida dijo:

–Siento tristeza por doña Renegona, o lo que se llame.

–¡Tristeza! ¿Por ella? ¡No lo puedo creer! –exclamó Dina.

–Me imagino que reniega porque se siente muy triste. Seguramente no sabe que Dios la ama.

–Quizá; pero qué nos importa.

–A mí me importa –dijo Frida–. Quisiera contarle acerca del Señor Jesús. Si ella conociera a Cristo sin duda fuera buena.

–¿Cómo lo vas a hacer? Ni siquiera puedes entrar a tocar la puerta de la casa.

–Voy a orar que Dios me dé una idea –dijo Frida.

A la mañana siguiente Frida ya sabía lo que iba a hacer y se lo contó a su amiga.

Bienvenida–Pienso hacer una tarjeta para doña Renegona. Va a ser una invitación para que el domingo vaya a la iglesia. Lo malo es que no sé cómo se llama.

–Yo lo sé –dijo Dina–. Se llama Consuelo Pérez. No podrás entregarle la tarjeta.

–Tendré que orar y pedirle a Dios que me ayude.

Cuando Frida volvió a entrar por la puertita del jardín de doña Consuelo, de nuevo ella gritó:

–¿Quién se atreve a entrar en mi propiedad? Si no sales llamaré a la policía. Quiero estar en paz.

señora renegona co1Frida no se desanimó. Aunque temblaba de miedo, se quedó parada, orando en su corazón.

–Señora –dijo Frida–, sólo vine a decirle que quisiera que usted sea mi amiga. Quiero decirle que Dios la ama, y por eso yo la amo. Le traigo una tarjeta de invitación.

–Niña linda –dijo doña Renegona con lágrimas en los ojos–. Desde que murió mi hija nadie se ha preocupado de mí. Vivo sola y triste. Nunca pensé que yo le importara a Dios.

–Sí, señora, y por eso yo quiero ser su amiga.

Desde ese día, todo cambió. Doña Consuelo aceptó la invitación de Frida y fue a la iglesia. Allí escuchó acerca del amor de Dios y entregó su vida a Cristo. Los niños nunca más le dijeron doña Renegona porque ella cambió, y se convirtió en la mujer más amable del barrio. Todo, gracias a una pequeña invitación de una niña.

SÉ BONDADOSO

Tal vez conoces a alguien que vive solo y triste y que reniega mucho. Háblale de Cristo e invítalo a la iglesia. Muchas personas se sienten solas y abandonadas porque no saben que Dios las ama. Hoy mismo, ¡cuéntales del amor de Dios!

Efesios 4_32

Para imprimir: 296 La invitacion de Frida.color

Para colorear: 296 Consuelo

Actividad: 296 Compasion