Secretos. ¿Has tenido secretos alguna vez? ¿Se los has contado a un amigo o a una amiga, que después se los contó a su amigo o amiga? ¡Pronto tu secreto estaba dando vueltas por toda la escuela!
En tiempos de Eliseo, el rey de Siria pensaba que alguien lo estaba traicionando. ¿Quién divulgaba sus secretos?
Este rey estaba en guerra con Israel. Acostumbraba reunir a sus oficiales para decirles dónde planeaba acampar. Cada vez, se salvaba el pueblo de Israel de ser atacado.
Los niños del club Tesoros escuchaban atentos cuando doña Beatriz les contaba la historia. Era emocionante lo que hacía el profeta Eliseo. Le mandaba a decir al rey de Israel dónde iba a acampar el rey de Siria. Por eso, varias veces el ejército de Israel se salvó de los ataques del enemigo.
¿QUIÉN DIFUNDÍA LOS SECRETOS?
El rey no podía entender lo que pasaba. Estaba muy confundido. ¿Cuál de sus oficiales lo traicionaba? ¿Quién difundía sus secretos? Llamó a sus oficiales y les preguntó:
–¿Quién le está declarando mis secretos de guerra al rey de Israel? ¿Quién le informa acerca de mis planes?
–Su Majestad –dijo uno de los oficiales–, ¡ninguno de nosotros lo está traicionando! El profeta Eliseo es el que le informa al rey de Israel acerca de sus planes. ¡Eliseo sabe lo que usted habla en privado! ¡Hasta sabe lo que usted dice en su dormitorio!
El rey de Siria se puso furioso, y ordenó:
–Averigüen dónde está Eliseo. ¡Tenemos que capturarlo!
Los oficiales sirios averiguaron que Eliseo estaba en Dotán.
EL ENEMIGO RODEA A DOTÁN
El rey de Siria mandó allí un gran ejército. Una mañana, cuando el criado de Eliseo se despertó temprano, vio que toda la ciudad estaba rodeaba. ¡Había un ejército con carros y caballos!
–¡Maestro! –gritó–. ¿Qué vamos a hacer? ¡Estamos rodeados!
Eliseo estaba tranquilo. El criado lo veía mirando las montañas, como si estuviera disfrutando de la salida del sol.
–No temas –dijo Eliseo–. ¡Hay muchos con nosotros! Más son los que están con nosotros que los que están con ellos.
El criado no veía nada. ¡No había siquiera un soldado que los defendiera! ¿Qué veía el profeta?
El amiguito Pimienta, que había estado escuchando boquiabierto cada palabra, preguntó:
–¿Dónde estaba el ejército de Eliseo? ¿Por qué no se veía?
–Era un ejército invisible –dijo doña Beatriz–. Sólo Eliseo podía verlo. ¡La montaña estaba llena de gente de a caballo! ¡Carros de fuego rodeaban a Eliseo!
–¡Qué emocionante! –gritó Sal–. ¿Por qué el criado no los veía?
–Era un milagro invisible. Eliseo oró por su criado para que Dios le abriera los ojos. Entonces el criado vio que la montaña estaba llena de gente de a caballo y carros de fuego. ¡Dios había mandado un gran ejército para proteger al profeta!
EL EJÉRCITO SE VUELVE CIEGO
Los sirios no sabían nada acerca de la gente de a caballo y los carros de fuego que protegían a Eliseo. Ellos siguieron la orden del rey y se acercaron para atacarlo.
Así como Eliseo había pedido que Dios abra los ojos de su criado, ahora oró a Dios lo contrario para los sirios. «Amado Dios, te ruego que estos soldados se queden ciegos», pidió Eliseo. ¡Y los soldados de Siria se quedaron ciegos!
–¿A quién buscan? –preguntó el profeta de Dios.
–El rey nos ha mandado a buscar a Eliseo.
–Éste no es el camino, ni la ciudad que buscan –dijo Eliseo–. ¡Síganme! Yo los llevaré a donde está el profeta de Dios.
Eliseo los llevó a Samaria.
Tan pronto como llegaron allí, Eliseo volvió a orar. «Amado Dios, te pido que les devuelvas la vista», oró esta vez.
Entonces Dios abrió los ojos de los soldados. ¡Qué sorpresa! ¡Estaban en plena ciudad de Samaria!
–¿Qué hago con este ejército? –le preguntó el rey de Israel a Eliseo–. ¿Los mato a todos?
–No los mates –dijo Eliseo–. No es buena idea matar a los prisioneros de guerra. Dales comida; luego mándalos de regreso a su país y a su jefe.
FIESTA PARA EL ENEMIGO
Entonces el rey mandó preparar una gran fiesta para los soldados de Siria. Comieron y bebieron; luego el rey los despidió.
Los soldados volvieron a su tierra y a su jefe, el rey. Desde ese día, las bandas de sirios no molestaron a los israelitas.
–Me encanta que hicieron fiesta –dijo Pepita–. Pronto es mi cumpleaños. Quiero que todos ustedes estén en mi fiesta.
–Gracias, Pepita –dijo doña Beatriz–. ¡Celebraremos contigo!
¿Quisieras tú también estar en la fiesta de Pepita? La próxima semana festejaremos su cumpleaños. ¡Habrá sorpresas!
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