El engaño de Ananías

Doña Beatriz nunca olvidó la historia de Ananías y Safira que escuchó de niña. Quedó muy impresionada por el castigo que recibieron por una mentira. Decidió contarles la historia a los niños del Club.

Ananías y Safira vivían en Jerusalén. Eran parte de la iglesia de Jesucristo, una iglesia grande, con miles de personas. Vivían como una gran familia y tenían todas las cosas en común. Los que eran dueños de terrenos los vendían, y se repartía el dinero entre todos.

Ananías vende una propiedad

Ananías decidió hacer lo mismo que los demás. Él y Safira se pusieron de acuerdo en vender su propiedad.

No sabemos por qué Ananías vendió su propiedad. Es posible que lo hizo por orgullo, para lucirse ante los demás, y no por amor; para que digan que era un hombre bueno.

Después de la venta, cuando Ananías tenía en su mano la bolsa de dinero, el diablo lo tentó.

¿Has escuchado alguna vez la voz que dice que mientas? Hay también otra voz; la buena. Esa voz que te dice que seas honrado y que hables con la verdad.

Ananías oyó esas voces. Una voz le decía: «No seas tonto. ¿Cómo vas a entregar todo ese dinero a Pedro? ¡Quédate con un poco!»

La otra voz le decía que el engaño y la mentira son pecado; pero Ananías no prestó atención a esa voz. Le dijo a Safira que debían quedarse con un poco del dinero.

¿Qué crees que dijo Safira? Ella estuvo de acuerdo.

La mentira de Ananías

Con la cabeza en alto y la bolsa de dinero en la mano Ananías fue en busca del apóstol Pedro. Llevaba buena cantidad de dinero para entregarle; en casa quedaba otro tanto.

Ananías no tenía que dar el dinero a los apóstoles; nadie le obligaba. Por orgullo, quería mostrar a los hermanos que él también podía dar ofrendas.

Cuando Ananías llegó adonde Pedro y los apóstoles, dijo:

–Acabo de vender mi terreno y traigo el dinero para que se pueda repartir entre los pobres.

En ese momento Dios le mostró a Pedro que Ananías estaba mintiendo.

–¿Por qué decidiste engañar a Dios? –le dijo Pedro–. Nadie te obligó a vender tu propiedad. ¿Por qué no dijiste que traías solo parte del dinero? Ananías, no has mentido a los hombres sino a Dios.

Al instante, Ananías cayó al suelo; ¡muerto!

¡Qué miedo sintieron los hermanos que estaban con Pedro! Era un castigo muy duro por una mentira.

Llenos de temor, algunos jóvenes tomaron unas sábanas, envolvieron el cadáver, y lo llevaron a enterrar.

Safira miente y cae muerta

Pasaron las horas. Una, dos, tres… Pasaron tres horas.

¿Crees que Safira se preguntaba dónde estaba Ananías? Como no llegaba, fue a buscarlo.

Cuando Safira llegó adonde Pedro, él le preguntó:

–Safira, ¿trajo Ananías aquí todo el dinero de la venta?

–Sí, por supuesto –contestó Safira.

Entonces Pedro comprendió que Ananías y Safira se habían puesto de acuerdo para mentir.

–¡Qué gran pecado han cometido! –dijo Pedro–. ¿Por qué se pusieron de acuerdo para mentirle a Dios? Se oyen los pasos de los jóvenes que fueron a enterrar a tu marido. Ahora te van a enterrar también a ti.

Al instante, Safira cayó al suelo; ¡muerta ella también!

Cuando llegaron los jóvenes que habían enterrado a Ananías, tuvieron que volver al cementerio para enterrar a Safira.

La mentira es pecado

–Esta es la triste historia de dos hermanos de la iglesia en Jerusalén que se pusieron de acuerdo para mentir –dijo doña Beatriz–. Dios los puso como ejemplo para que los miles de creyentes comprendieran que delante de Dios la mentira es pecado. Ellos no mintieron a Pedro sino a Dios.

–¿Vamos a caer muertos si mentimos? –preguntó Samuel.

–No caerás muerto; pero es un gran pecado contra Dios –respondió la buena vecina–. Desde que de niña escuché esta historia, nunca he olvidado que no debo mentir. Espero que no lo olviden ustedes. ¡Hablen siempre con la verdad!

MIS PERLITAS

En Mis Perlitas está todo el material que tiene que ver con esta historia.

La billetera perdida

Víctor era un buen muchacho, pero tenía una gran dificultad: nunca podía estar limpio.

Salía por la mañana, rumbo a la escuela, con camisa limpia, pantalones planchados, y zapatos lustrados. Volvía por la tarde con la ropa manchada y arrugada, la cara sucia, y los zapatos llenos de barro.

Su pobre madre, desesperada, le decía:

–Víctor, Víctor, por favor cuida tu ropa. Me das tanto trabajo.

–Sí, mamá –le prometía Víctor. Pero nunca cumplía su promesa.

–Bueno, hijito –le decía su madre, sin esperanzas de verlo limpio todo un día–, lo de la ropa y la cara no es lo más importante. Un corazón limpio vale mucho más. Trata de agradar a Dios en todo, para no manchar tu vida con el pecado.

–Sí, mamá linda –le contestaba Víctor–. Trataré de ser honrado. Un poco sucio por fuera, pero limpio por dentro.

Esas palabras alegraban el corazón de su madre. Desde que era pequeño le había enseñado a amar al Señor Jesús.

Días más tarde Víctor pudo demostrar su honradez.

VÍCTOR ES TENTADO

Cierta mañana, cuando Víctor caminaba rumbo a la escuela, tropezó con algo en la vereda. ¡Era un billetera!

Rápidamente se agachó para recoger la billetera, mirando hacia ambos lados para controlar si alguien lo miraba.

La calle estaba casi vacía, así que estaba seguro de que nadie se había dado cuenta de lo que había encontrado. Metió la billetera en su bolsillo y corrió hacia la escuela. Entró al baño para estar solo mientras revisaba su hallazgo.

Apenas abrió la billetera vio quién era el dueño. Llevaba grabado el nombre de su profesor y, muy a la vista, estaba la foto de la esposa del profesor.

Dentro de la billetera había varios documentos del profesor y contenía también dinero en efectivo.

«Nadie te vio cuando recogiste la billetera», le susurró una voz al oído.

«La billetera no es tuya –le habló otra voz–. Tienes que devolverla.»

«Pero estaba botada y tú la encontraste –insistió la primera voz–. ¡Quédate con el dinero!»

«Ese dinero es de tu profesor y tienes que devolverlo», le decía la otra voz.

UNA LUCHA INTERIOR

¡Pobre Víctor! ¿Qué podía hacer? Él se había encontrado la billetera y necesitaba el dinero. Pero era de su profesor y tendría que devolver-lo. No podría comprar chocolates y caramelos por el dinero, pues su profesor lo necesitaba para mantener a su familia.

Fue fuerte la lucha. Dos voces batallaban en el corazón de Víctor. Una voz le decía que se quedara con la billetera, y la otra voz insistía en la honradez.

Las palabras que su madre tantas veces le había repetido decidieron el asunto: «No importa que seas un muchacho sucio por fuera; pero quiero que seas honrado. Sucio por fuera; pero limpio por dentro.»

LA RECOMPENSA

Esa tarde el profesor llamó a la puerta de la casa de
Víctor. Salió a abrir la madre del muchacho.

–Señora, vengo a felicitarla por su hijo –dijo el profesor–. Creo que es el muchacho más honrado de la escuela. Me siento orgulloso de ser su profesor.

Sorprendida, la madre de Víctor escuchó el relato acerca de la billetera perdida, y de que Víctor la había devuelto.

–Ese muchacho se merece un diploma –continuó el profesor–. No porque anda limpio y arreglado, pero sí por su honradez.

LA BILLETERA PERDIDA color

LO QUE MÁS VALE

¿Quién crees que recibió un fuerte abrazo de su madre aquella noche? Sí, Víctor, por supuesto.

–Me siento orgullosa de ser tu madre –le dijo–. Seguiré lavando tu ropa sucia cada día; no importa. Y lo haré con gusto, pues eres un muchacho honrado. Sucio por fuera, pero limpio por dentro.

El más feliz de todos era Víctor. ¡Jesús lo había ayudado a vencer la tentación!

El rey se complace en las palabras de labios justos;
ama a quienes hablan
con la verdad. –Proverbios 16:13, NTV

Para imprimir la historia: La billetera perdida

Hoja para colorear: Sé honrado

Actividad: La honradez