Jesús en el hogar de Nazaret

En el ABC de Fragancia hemos llegado a la virtud de obediencia.
Jesús de niño será nuestro ejemplo.

Jesús era el muchacho más bueno y amable que ha vivido sobre esta tierra. Él se portó bien, para enseñarnos cómo debemos portarnos.

Antes de venir a la tierra Jesús vivía en el cielo. Junto con su Padre, hizo el hermoso mundo en que vivimos. Porque la gente era desobediente y pecadora, Jesús vino al mundo como el Salvador.

Dios escogió a María para que Jesús naciera en este mundo. Él fue un niño diferente; en primer lugar porque era el Hijo de Dios. Sabía que no era como otros niños, y que había venido al mundo para hacer un trabajo especial. Sus hermanos –Jacobo, José, Simón y Judas– muchas veces no lo entendían.

Jesús fue siempre un niño obediente.

  • Respetaba a sus padres.
  • No engañaba.
  • No mentía.
  • No robaba.
  • Hacía solamente lo bueno.

Jesús crecía en sabiduría y estatura,
y gozaba del favor de Dios y de toda la gente.

 

¿Has pensado cómo era la vida del niño Jesús? Jesús creció en Nazaret, en el hogar del carpintero José, que era su padre en la tierra. Su madre era María.

Imaginemos cómo era su vida en Nazaret. El hogar donde creció Jesús era sencillo. La casa era de adobe, de una sola pieza, y junto a la casa estaba la carpintería. Había un patio donde jugaban Jesús y sus hermanos.

En el suelo, en medio de la casa, estaba el fuego que María usaba para hornear el pan y para cocinar.
Los primeros años de su vida Jesús los pasó en casa, aprendiendo muchas cosas de su madre.

María le enseñó a enrollar su colchón y guardarlo en el cofre de la ropa de cama. Eso lo hacían cada mañana. A la hora de dormir los colchones se colocaban sobre una plataforma donde todos dormían juntos.

Según la costumbre, Jesús acompañaba a su madre al pozo para traer agua, y le ayudaba a hacer los panes.

Desde sus cinco o seis años Jesús estuvo con José. Como él estaba ocupado en su trabajo, mandó a Jesús a la escuela.

La escuela quedaba en la sinagoga, el pequeño templo del pueblo. Allí los muchachos aprendían la ley de Dios. Solamente los varones iban a la escuela; los estudios no eran para las niñas.

Los niños se sentaban en un semicírculo en el suelo, con las piernas cruzadas, y escuchaban las enseñanzas del maestro, llamado rabí. ¿Qué estudiaban? Aprendían de memoria todos los libros que escribió Moisés: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. ¡Qué trabajo duro para los muchachos!

La visita al templo en Jerusalén

Cuando Jesús cumplió doce años acompañó a sus padres al templo en Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Ese fue un gran día para él. No se preocupó en jugar con sus amigos; fue directamente a conversar con los maestros de la ley. Tan interesado estaba en las cosas de Dios que olvidó todo lo demás.

Después de la fiesta, cuando iban de regreso, José y María buscaron a Jesús entre los niños; pero no lo encontraron. Inquietos, volvieron a Jerusalén para buscarlo. Tres días después lo encontraron en el templo, sentado entre los maestros de la ley.

–Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? –le dijo María–. Tu padre y yo te hemos buscado, muy preocupados.

–¿Por qué me buscaron? –contestó Jesús–. ¿No sabían que debo estar en los negocios de mi Padre?

¿Se habían olvidado ellos que Jesús era el Hijo de Dios?

Un hijo obediente

Jesús era un hijo obediente y volvió con sus padres a Nazaret. Siguió creciendo en sabiduría y estatura, y gozaba cada vez más del favor de Dios y de toda la gente. Jesús nos dio ejemplo de cómo comportarnos.

A Dios le agrada que seamos obedientes a nuestros padres.

¿Serás obediente como Jesús?

MIS PERLITAS

En Mis Perlitas están todas las ayudas para esta historia.

 

Noé y el desfile de animales

Sal y Pimienta, los amiguitos llamados Alberto y Félix, tenían algo muy emocionante que contarle a doña Beatriz y a sus amigos del Club Tesoros. Un tío de Sal los había llevado de paseo a ver el barco donde trabajaba, ¡y habían conversado con el capitán!

–El capitán me dio la mano –dijo Pimienta.

–Y nos dejó manejar el timón –dijo Sal.

Después de conversar un rato acerca del barco que visitaron Sal y Pimienta, doña Beatriz repartió papel para que hagan barquitos.

–Los barquitos de papel son fáciles de hacer pero no duran mucho –dijo la buena vecina–, y solamente sirven para jugar.

Para hacer el barquito los niños tenían que seguir exactamente las instrucciones: doblar el papel por la mitad; doblar dos puntas hacia el centro… los niños seguían una por una las indicaciones de doña Beatriz.

–¿Quién ha oído hablar de un barco que era como un gran zoológico? –preguntó doña Beatriz.

–Un barco no puede ser un zoológico –intervino Pimienta–. El zoológico es un parque para animales. En un barco no caben los elefantes y las jirafas.

–¿No has oído hablar del arca de Noé? –le preguntó Pepita.

–Sí, he oído acerca del arca de Noé –respondió Pimienta, un poco indignado–. Pero doña Beatriz nos preguntó acerca de un barco que era como un zoológico.

–Pimienta, el arca era un barco grande –dijo Sal a su amigo.

Sin más discusión, la buena vecina les contó la historia de Noé el constructor y capitán del arca-zoológico.

Noé y el arca

Había mucha maldad en el mundo; tanta maldad que Dios se arrepintió de haber hecho al hombre. Decidió destruir a la humanidad. Mandaría un diluvio para acabar con todos.

Pero no era posible destruir a todos, porque había un hombre que obedecía a Dios. Su nombre era Noé.

Un día Dios le habló. «Noé –dijo Dios–, la gente es muy mala y desobediente. He decidido destruir a todos. Pero voy a dar una oportunidad de salvación. Quiero que construyas un arca, un barco grande. Te voy a dar las medidas y las instrucciones, y te diré qué materiales emplear.»

Y así fue. Dios le dio a Noé el tamaño exacto: 300 codos de largo, 50 de ancho y 30 de alto. Y le dijo cómo debía hacer todo, incluso la puerta y la ventana para ventilación.

(Un codo equivale a medio metro o a 1,5 pies; calcúlalo.)

El desfile de animales

Noé nunca había visto lluvia, porque en esos tiempos no llovía. Dios le dijo que llovería. Noé creyó a Dios y, como dice la Biblia, hizo todo según lo que Dios le mandó.

Noé debía entrar al barco con su familia. Él tenía esposa y tres hijos; sus hijos tenían esposas. Eran ocho personas. Ellos entrarían allí con una pareja de cada especie de animal. El barco iba a ser tan grande que habría lugar para todos los animales, aún para los elefantes y las jirafas.

Noe y sus hijos trabajaron largo tiempo. Tuvieron que ir al bosque a cortar árboles para tener la madera que necesitaban. Seguramente la gente se burlaba de que estaban construyendo un barco lejos del mar. Además, ¿cómo llovería?

Noé y sus hijos construyeron el barco tal y como Dios lo había indicado. Cuando estuvo listo, tuvieron que juntar comida para ellos, sus esposas, y todos los animales.

Una mañana, Noé vio algo extraño. Un desfile de animales venía desde lugares remotos. Dos elefantes, dos leones, dos tigres, dos jirafas, dos cebras, dos gatos, dos ratoncitos… todos los animales venían desfilando hacia el barco.

Salvados del diluvio

Todos los animales entraron al barco; luego Noé y su familia. Nadie más entró; sólo ellos. Después, Dios mismo cerró la puerta. Siete días estuvieron en el arca sin que pasara nada. Entonces comenzó a llover, ¡y cómo llovía! Llovió cuarenta días y cuarenta noches. Toda la tierra se cubrió de agua.

¿Crees que tenían miedo? Tal vez; pero sabían que Dios estaba con ellos. ¿Y toda la gente? Todos los que no entraron en el arca murieron ahogados, porque no creyeron en el Señor. Pero Noé fue fiel. Se salvó porque hizo todo según lo que Dios le había mandado.

MIS PERLITAS

En MIS PERLITAS está todo lo que corresponde a esta historia.

Servir y obedecer: lema para 2018

Hace algunas semanas, al leer el libro de Josué, tuve el encuentro con mi lema para este año. Siempre me gusta escoger un lema. Recordarán que el lema del año pasado fue Gozo en el Espíritu Santo. Ese «gozo» se combina muy bien con el lema para este año. ¡El servicio y la obediencia traen gozo!

Y el pueblo respondió a Josué: «A Jehová nuestro Dios serviremos, y a su voz obedeceremos.» Josué 24:24

La manifestación del pueblo de Dios cuando Josué le dio el reto que encontramos en Josué 24:15, fue la declaración de que servirían a Jehová y lo obedecerían.

«Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová.»

De allí escogí dos palabras: SERVIR Y OBEDECER.

Les comparto estas palabras, con el deseo de que ustedes, mis estimados padres y maestros que me acompañan, semana tras semana, tengan el deseo de seguir juntamente conmigo este lema. ¡Que el profundo deseo de nuestro corazón para 2018 sea servir y obedecer a nuestro Maestro!

Agradezco a los que me han apoyado en oración; estoy mejor. Todavía las fuerzas no han vuelto como para hacer un nuevo número de La Perlita. Espero que para la próxima semana me haya recuperado lo suficiente.

Con la ayuda de Cristina y Absalóm estamos preparando un número especial por las 400 Perlitas publicadas en esta página. Después tendremos una serie que acompaña a un niño imaginario del Éxodo, en la salida de Egipto y las aventuras que tuvo en el desierto.

Desde la próxima semana iremos poniendo material actualizado de Aventuras de fe con Moisés y Josué (hermanamargarita.com). Ellos son un vivo ejemplo de lo que significa servir y obedecer a Dios. ¡No hay nada más maravilloso!

Les sugiero que lean el libro de Éxodo. Lo estoy volviendo a leer para que esté fresco en la mente para esta serie. El Espíritu Santo siempre nos muestra algo nuevo cada vez que leemos su Palabra.

Gracias por sus oraciones. Saludos a los niños; ellos llenan mi corazón.

La rosita que quería ser libre

Esta es la historia de una rosa, hermosa y fragante. Ella crecía en la punta de una larga rama, contra la pared de una casa, en un bello jardín.

Como la rosa era pequeña y débil, el jardinero la había amarrado con un hilo grueso a un clavo en la pared. Pero a la rosa no le gustaba estar amarrada.

Cada vez que venía su amigo el viento, ella le decía:

«No me gusta este hilo. No me gusta este clavo que me sostiene; ni me gusta la pared.»

La rosa no sólo se quejaba del hijo y del clavo. Tampoco le gustaba el jardinero.

LA SABIDURÍA DEL VIENTO

«Quiero ser libre para hacer lo que quiero. No me gusta el jardinero que me amarró. ¡Cómo me gustaría ser libre y suelta! Quisiera bailar y balancearme a mi gusto.»

El viento, con gran sabiduría, le hacía ver que le convenía estar amarrada a la pared.

«Tú eres pequeña y débil, bella rosita. El jardinero sabe que te conviene estar sujeta a la pared», le decía su amigo, el viento.

EL CARO PRECIO DE LA LIBERTAD

Todos los días la rosa insistía en que quería ser libre, y tanto insistió que una noche el viento sopló con gran fuerza. Sopló tan fuerte, que el hilo que sostenía la rama se cortó.

Esa noche no sólo sopló el viento, sino que llovió torrencialmente, y también cayó granizo.

A la mañana siguiente, el jardinero encontró a la rosa caída en el barro, muerta de frío. Había perdido para siempre su hermosura. La pobre rosa había pagado un precio muy caro por sus deseos de ser libre.

La rosa nunca más emanó fragancia; nadie más disfrutó de su belleza. La verdad es que fue pisoteada en el barro, y olvidada para siempre.

APRENDE A OBEDECER

Hay niños que son como esa rosa. Se quejan porque quieren ser libres. Quieren hacer sólo las cosas que les agradan, sin obedecer los consejos de sus padres, de sus maestros, y de otras personas mayores. Quizá tú has pensado así alguna vez.

¿Sabes una cosa? Todavía no eres fuerte como para que hagas las cosas a tu manera. Necesitas quienes te guíen y te ayuden. Necesitas también quienes te castiguen cuando eres desobediente. La Biblia, la Palabra de Dios, dice: «Hijos, obedezcan en el Señor a sus padres, porque esto es justo.»

Si aprendes a obedecer a tus padres y a tus maestros será más fácil hacer lo más importante: obedecer a Dios.

En MIS PERLITAS están todas las ayudas para esta historia.

La desobediencia de José

Jose coSamuel y José eran hermanos, hijos de un carpintero. Desde pequeños habían aprendido a usar martillo y clavos. José soñaba con ser carpintero como su padre.

José se sentía muy honrado porque llevaba el mismo nombre que un carpintero muy famoso. Ese carpintero fue escogido por Dios para ser el padre de Jesús. Esa fue la mayor honra que jamás se ha dado a un hombre. José tuvo el privilegio de criar en su hogar al Hijo de Dios.

José se imaginaba a Jesús ayudando a su padre en la carpintería. Jesús era el hijo mayor y, como tal, le tocaba aprender el oficio de su padre. Pero Jesús no era como otros niños. José era solamente su padre de crianza. Dios era el Padre de Jesús. Jesús nunca sería carpintero. Su misión al venir al mundo era ser nuestro Salvador. Jesús iba a ser maestro y predicador.

Jesús había clavado muchos clavos en la carpintería de Nazaret, la aldea donde él vivía. Como era un hijo obediente, ayudaba a José en la carpintería. Un día, alguien iba a clavar a Jesús en la cruz. ¿Crees que Jesús pensaba en eso cuando trabajaba en la carpintería? Desde niño Jesús sabía que su misión era salvar al mundo de sus pecados.

JESÚS, UN HIJO OBEDIENTE

Así como Jesús ayudaba a José en la carpintería, ayudaba también a su madre con algunos quehaceres. Según la costumbre, Jesús acompañaba a María al pozo para traer agua, y le ayudaba a hacer los panes. Jesús también cuidaba a sus hermanitos. Los hermanos de Jesús eran Jacobo, José, Simón y Judas. También tenía hermanas.

Jesus de nino

Jesús y sus hermanos asistían a la escuela, pero no sus hermanas. En ese tiempo solo los varones estudiaban; las niñas no podían ir a la escuela. La escuela estaba en la sinagoga, que era la «iglesia» de los judíos.

Los niños se sentaban en un semicírculo en el piso, con las piernas cruzadas, y escuchaban las enseñanzas del rabí (rabí significa maestro). Allí aprendían de memoria los libros que escribió Moisés: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. ¡Trabajo duro para los muchachos!

hermanos carpinteros coSOÑABA CON SER CARPINTERO

José había aprendido todo esto acerca de Jesús. Muchas veces pensaba en esto cuando martillaba con su hermano Samuel. Ellos eran muy diestros en ayudar a su padre. «Voy a ser muy buen carpintero cuando sea grande», decía José. Ese era su gran sueño.

Un día pasó algo muy triste. José desobedeció a su padre y se subió a jugar sobre un montón de maderas que estaban en el patio de la casa.

Samuel le advirtió que no jugara allí, porque su padre lo había prohibido. Era peligroso que se subiera a las maderas. Pero José no quiso oír a su hermano.

Las maderas estaban mal amontonadas, y cuando José saltó encima del montón, las maderas mal puestas se movieron, y el niño cayó de golpe al suelo.

Jose enyesado coEL SUEÑO ARRUINADO

Sus padres no estaban en casa y Samuel se desesperó al ver a su hermano tirado en el suelo, gritando de dolor. Felizmente tenían teléfono y pudo llamar al celular de su madre. Samuel también llamó al hospital y pidió que mandaran una ambulancia.

Esa caída arruinó los sueños de José. Al caer, se rompió el brazo derecho. Los médicos hicieron todo de su parte para curarlo; pero el brazo se había roto de tal modo que no volvió a su estado original. El brazo quedó muy débil y José nunca más pudo usar martillo y clavos.

Murió para siempre el sueño de José de ser carpintero. ¡Toda la vida sufrió por su desobediencia!

OBEDECE A TUS PADRES

Jesús es el Hijo de Dios. Él tenía mucho más fuerza y poder que José y María. Jesús pudo haberse rebelado contra ellos, como hacen muchos niños y jóvenes. Pero Jesús fue un hijo obediente. La Biblia dice que él se sujetó a sus padres. Lee esto en Lucas 2:51,52.

Aprende de Jesús y sé obediente a tus padres. Pero si te piden que hagas algo que va en contra de la Palabra de Dios, responde con respeto; pero no desobedezcas a Dios.

Lucas 2 52

Para imprimir la historia: 274 La desobediencia de Jose co

 

 

 

Ladrillo por ladrillo

albañil7Carlos no quería hacerlo. ¿Qué? No quería recoger su ropa que estaba tirada en el piso. Una media sucia por aquí, otra media sucia por allá, un pantalón debajo de la cama, una camisa sobre la silla…

Mamá tiene razón. Esto es un gran desorden, pero no quiero recoger mi ropa. ¡Nunca, nunca! No creo que Dios espere que un niño como yo recoja su ropa, pensó Carlos.

Para Carlos era difícil poner las cosas en su lugar, aunque sabía que su deber era obedecer a su mamá. Él había aprendido un texto de la Biblia que dice:

Efesios 6_1

QUERÍA Y NO QUERÍA

Mientras Carlos miraba su ropa tirada en el piso, su mamá lo llamó, preguntando si había terminado de ordenar la ropa.

Carlos sintió ganas de llorar. Quería obedecer a su mamá, pero no estaba con ánimo de meterse debajo de la cama para sacar su pantalón, ni quería llevar sus medias sucias a la canasta donde toda la familia ponía la ropa para lavar.

«¡No puedo recoger mis cosas!» dijo Carlos, lloriqueando en voz baja. Lo que debería haber dicho es: «¡No quiero!» Esa era la pura verdad.

Ladrillos3

EL MONTÓN DE LADRILLOS

Dejando las cosas tiradas, salió a la calle. Allí vio a unos albañiles que estaban construyendo una casa.

–¡Hola! –les saludó Carlos–. ¿Ya están comenzando a poner los ladrillos?

–Sí –le contestó uno de ellos–. Primero un ladrillo, luego otro, y otro, y otro hasta terminar.

albañil5Carlos miró el montón de ladrillos que estaba en el suelo. Parecía una montaña de ladrillos.

–Me parece que nunca van a terminar de colocar tantos ladrillos –comentó Carlos.

–Oh, sí –afirmó el albañil–. Los voy poniendo uno por uno en su lugar. Cuando menos lo siento, el pequeño trabajo, BIEN hecho, se convierte en un gran trabajo BIEN terminado.

HACERLO UNO POR UNO

albañil6Carlos sonrió y pensó en el pantalón que estaba tirado debajo de la cama y en las medias sucias.

–Bien, así vamos. Yo también tengo un trabajo que hacer.

–¡Qué bueno! –le dijo el albañil–. Recuerda que hay que colocar «ladrillo por ladrillo».

–Eso es lo que voy a hacer –respondió Carlos y corrió a su casa para ordenar sus cosas.

Carlos rápidamente recogió su ropa y la puso en su lugar.
Al poco rato, su mamá lo volvió a llamar, preguntando si había terminado.

–Sí, mamá –respondió Carlos–. Lo he hecho «ladrillo por ladrillo».

UN LADRILLO A LA VEZ

Desde ese día, Carlos hizo las cosas «ladrillo por ladrillo». El Señor Jesús lo ayudó a ser obediente.

Su mamá se dio cuenta de que Carlos ya era más obediente y le preguntó qué había pasado.

–Ahora hago las cosas «ladrillo por ladrillo» –dijo Carlos y le explicó lo que había aprendido del albañil.

ALGO PARA TODA LA FAMILIA

A la mamá de Carlos le pareció muy buena la idea. A veces ella no tenía ganas de hacer los deberes del hogar. Se cansaba de cocinar todos los días, de lavar y planchar la ropa, de hacer la limpieza. Ella decidió hacer sus deberes «ladrillo por ladrillo».

Carlos le contó también a su papá lo que le había enseñado el albañil.

–Buena idea –dijo el papá–. Creo que yo también voy a hacer así mi trabajo.

Pronto toda la familia hizo sus deberes «ladrillo por ladrillo».

Un pequeño trabajo BIEN hecho, se convirtió en un gran trabajo BIEN terminado.

¿Lo mejor de todo? El papá, la mamá, Carlos, y sus hermanos fueron más felices cuando cada uno cumplía sus deberes «ladrillo por ladrillo».

Para imprimir la historia: 258 Ladrillo por ladrillo color