Samuel era un niño nuevo en el barrio. Sus padres habían muerto en un accidente y se había mudado allí para vivir con sus tíos, dejando atrás todos sus amigos.
¡Qué difícil era acostumbrarse al nuevo ambiente! Echaba de menos a sus amigos; pero más que nada le hacían falta sus padres. ¡Cómo los extrañaba!
Era sábado. Su hermana Rosa ya había conseguido amigas y estaba jugando con ellas. Samuel no tenía nada que hacer así que decidió salir a caminar. Al menos podía aprender los nombres de las calles.
Iba caminando con las manos en los bolsillos, silbando para no mostrar lo triste que estaba. Miraba con ansias a los niños que jugaban felices.
Llegó al parque y allí unos muchachos jugaban un partido de fútbol. Se recostó contra un árbol para mirar. Tenía que pestañear constantemente para no dejar caer las lágrimas. Le hacían mucha falta sus amigos.
«¿QUIERES JUGAR?»
Cerró los ojos para olvidarse del partido que jugaban los muchachos. Al rato, se asustó un poco cuando sintió que alguien le dio unas palmadas en el hombro.
Era Alberto, el niño que todos conocían como Sal.
–Eh, muchacho, ¿eres nuevo por aquí? –le preguntó Sal.
–Sí, recién me he mudado –respondió Samuel.
Sal le preguntó si quería jugar con ellos.
–Sí, ¡me encantaría! –dijo Samuel.
Entonces Sal le ofreció que jugara en vez de él. Samuel inmediatamente dejó de pestañear. Se olvidó de las lágrimas y se metió con todo ánimo a patear la pelota.
Después del partido Sal le preguntó dónde vivía.
–Allá en esa casa verde –contestó Samuel, indicando con el dedo–. Es el número 246.
–Si quieres te acompaño a tu casa –le dijo Sal.
UN AMIGO DIFERENTE
Samuel quedó admirado. Sal no solamente ofreció ir a su casa sino que le dio la pelota.
–Puedes llevar la pelota –le dijo Sal–. Te la presto hasta el lunes porque no juego fútbol los domingos.
Muy alegre Samuel aceptó la oferta. ¡Qué bueno era tener otra vez un amigo! En realidad, dos amigos, porque Sal le presentó a Félix, el niño a quien le decían Pimienta. Ambos acompañaron a Samuel a su casa.
Al acostarse, esa noche, Samuel pensó en sus nuevos amigos. Sal era diferente a los amigos que había tenido. ¡Prestar a alguien desconocido su pelota! Samuel no lo comprendía.
Desde ese día llegaron a ser buenos amigos. Sal siempre era muy amable y considerado.
–¿Por qué te hiciste mi amigo? –le preguntó Samuel.
–No te había visto antes y se notaba que estabas triste. Además, era cosa natural. Yo trato de portarme como lo haría Jesús si estuviera en mi lugar.
Entonces Sal le contó acerca del Club Tesoros y la buena vecina Beatriz que les ensañaba acerca de Jesús. Sal invitó a Samuel a que lo acompañe al Club.
–Lo voy a pensar –dijo Samuel.
UN PACTO DE AMISTAD
Esa noche, antes de dormir, Samuel nuevamente estuvo pensativo. Nunca había asistido a un club donde hablaban de Jesús; pero decidió que valía la pena ir si allí los niños eran tan amables como Sal y su amigo Pimienta.
En la próxima reunión del Club doña Beatriz dio la bienvenida a Samuel. Él ya conocía a los niños porque Sal se los había presentado. Ya sabía los nombres de varios de ellos. Así que Samuel se sintió en casa.
Doña Beatriz les habló de David y el pacto de amistad que hizo con su amigo Jonatán. David prometió que si algo le pasaba a Jonatán, él cuidaría de la familia de su amigo. Jonatán prometió lo mismo a David.
En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia, aprendieron los niños.
Es verdad –pensó Samuel–. Cuando yo estaba triste, Sal se hizo mi amigo. ¡Y qué buen amigo!
–Jonatán murió en la guerra. ¿Creen que David se acordó de la promesa que le hizo? –preguntó doña Beatriz–. Vengan la próxima semana y les contaré lo que pasó.
Samuel tenía curiosidad por saber la respuesta. Así que decidió volver al Club la siguiente semana. Y la siguiente…
MIS PERLITAS
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