El abuelo Eleazar había visto todas las hazañas de sus líderes Moisés y Josué. Nunca olvidaría el día en que emprendieron la salida de Egipto. El recuerdo más impresionante era del mar que se abrió, cuando caminaron por el fondo del mar en tierra seca.
–Esa vez me saqué la suerte –dijo el abuelo–. Conocí a la niña más hermosa del mundo.
–Eleazar –le exhortó la abuela–. Eso no fue “suerte” sino la bendición de Dios.
–Nosotros tenemos la suerte de que ustedes son nuestros abuelos –dijo Eliab.
–Es bendición –le exhortó la abuela–. Nunca olviden eso. No creemos en la suerte sino en la bendición de Dios.
–¡Bendición! ¡Bendición! –cantó Elizabet–. Ella siempre ponía melodía a las palabras, porque le gustaba mucho cantar.
–Todo ha sido emocionante. Cruzar el mar en seco; recoger maná todos los días; ver cuando Moisés golpeó la roca y brotó agua; la serpiente de bronce que Moisés levantó cuando hubo una plaga de serpientes venenosas.
–Lo que no fue nada lindo es el castigo que recibimos por la falta de fe de los espías –dijo la abuela–. El abuelo y yo nos sentimos muy desilusionados. Porque ellos no creyeron que conquistaríamos la Tierra Prometida pasamos cuarenta años en el desierto.
–Quizá lo más emocionante fue cruzar el río Jordán –dijo el abuelo–. Porque entonces estuvimos en la tierra que Dios nos había prometido.
–Ahora tenemos una casa –dijo Eliab–. Me gusta que ya no vivimos en carpas. ¡Se acabó la vida del desierto!
Siguió la conversación. Eleazar y Raquel recordaban todas las maravillas que habían visto en el largo viaje por el desierto. Ahora sus nietos disfrutarían de la tierra que Dios les había dado.
La despedida
Así como Moisés antes de él, Josué también fue un buen líder, que enseñó al pueblo a seguir los caminos de Dios. Había pasado el tiempo y Josué ya era anciano.
Antes de morir, reunió a todo el pueblo de Israel en Siquem, al pie del monte Ebal. Vinieron todas las tribus con los líderes, los jueces y los oficiales. ¡Y allí estaba Eleazar con toda su familia!
¿Para qué los reunió Josué? Para hacerles recordar todas las maravillas que Dios había hecho con ellos. Paso por paso fueron recordando lo que Dios había hecho por su pueblo.
Como un anciano padre hablaría a sus hijos y nietos, así Josué habló al pueblo.
–Hijitos, no se olviden de las maravillas que Dios ha hecho. Ustedes han recibido una tierra hermosa. Viven en ciudades que no han edificado, y comen de viñas y olivares que no han plantado.
»Les digo lo mismo que Dios me dijo a mí. Esfuércense en cumplir todo lo que dice el libro de la ley de Moisés; cúmplanlo al pie de la letra. No adoren a otros dioses. Sirvan de todo corazón al Señor.
Una piedra de testigo
Luego de hacer recordar al pueblo todas estas cosas, Josué las registró en el libro de la Ley de Dios. Después levantó una enorme piedra y la colocó bajo un árbol que estaba junto al santuario del Señor.
–Esta piedra es testigo de todo lo que el Señor ha dicho, para que ustedes no mientan –dijo Josué.
¿Qué habían prometido ellos?
- Sólo al Señor serviremos.
- Sólo al Señor obedeceremos.
Sirve hoy al Señor
Tú y tus amigos son los futuros líderes. Dios tiene maravillosos planes para ti. Pero no tienes que esperar hasta «mañana» para servir al Señor. Hoy mismo puedes ser un siervo de Dios obediente. ¿Esa promesa que oyó la piedra? Haz tú también esa promesa a Dios:
«Sólo al Señor mi Dios serviré, y sólo a él obedeceré.»
MIS PERLITAS
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Aquí termina la historia de Eleazar y Raquel,
y de Eliab y Elizabet.