Un fuego que no se apaga

¡Fuego! Desde el chico hasta el más grande, todos hablaban del incendio, ese fuego que no se apagaba. Cuando los niños llegaron al club de doña Beatriz, hablaban todos a la vez. Cada uno tenía algo que decir sobre el incendio.

Sal y Pimienta se sentían muy impresionados. Ellos habían jugado con fuego, sin permiso. Sal le había dicho a su amigo que hicieran la prueba para ver si podían sacar chispas con dos piedras. Les dio resultado y prendieron una fogata. Felizmente no les pasó nada, y apagaron el fuego al dejar de jugar.

LAS CHISPAS QUE LLEVÓ EL VIENTO

El incendio que estaba en boca de todos había comenzado con unos muchachos que jugaron con fuego en el patio de su casa. No se percataron que había gasolina cerca de allí. Volaron chispas, hubo una explosión, y el fuego se esparció. Los muchachos escaparon; pero el viento llevó las chispas a la ferretería del vecino.

Los bomberos trabajaron día y noche tratando de apagar el incendio; pero cada vez que pensaban que lo habían apagado, volaron más chispas y hubo más explosiones, por todo el material inflamable que había en la ferretería. Nadie hablaba de otra cosa, sino del fuego que no se apagaba.

–Doña Beatriz –dijo Sal, con voz temblorosa–. ¡Eso pudiera habernos pasado a mí y a Pimienta!

–Felizmente no fueron ustedes los que causaron tanto estrago. ¿Qué saben de los muchachos culpables?

–Uno de ellos se ha escapado –dijo Pimienta–. No lo encuentran. El otro está castigado. Su papá no sabe cómo va a pagar los daños que ha causado su hijo.

EL PEOR DE LOS INCENDIOS

Como el fuego era el tema en labios de todos, la buena vecina decidió usar la oportunidad para hablar del fuego que es peor que el incendio en la ferretería.

–Niños, ¡saquen la lengua! –dijo doña Beatriz.

Todos la miraron sorprendidos; pero obedecieron. Sacaron la lengua; y la buena vecina también sacó la lengua.

–Este pequeño músculo que tenemos en la boca puede causar peor daño que el fuego en la ferretería. Un pequeño fuego puede encender un gran bosque, dice la Biblia.

Doña Beatriz les habló de la lengua y de las palabras que decimos. Un chisme puede volar de boca en boca y causar mucho daño. Una mentira puede propagarse como un fuego que no se apaga.

–Quiero que hablen siempre la verdad. Nunca digan una mentira acerca de alguien. La chispa de esa mentira puede encender un fuego muy dañino. Ese es el peor de los incendios.

Sal seguía pensando en el fuego que prendió con su amigo Pimienta. ¿Qué habría pasado si se hubiera incendiado el bosque? Temblaba al pensar en eso.

EL FUEGO DE LA MENTIRA

–Digamos que Pepita le cuenta algo a María acerca de Rosa –dijo doña Beatriz–. Le dice una mentira. María se lo cuenta a Ana y le agrega unos detalles. Ana se lo cuenta a Ester, agregando una opinión propia. Así empieza a propagarse el fuego de la mentira.

–Yo nunca diría algo malo acerca de Rosa –dijo Pepita.

–Estoy segura de que no lo harías. Esto es sólo un ejemplo –respondió la buena vecina–. Digamos que Pepita se arrepiente de lo que ha dicho; pero ya no se puede borrar. Una mentira que sale de nuestra boca es una chispa de maldad que puede encender un fuego que no se apaga.

CHISPAS DE BONDAD

Luego doña Beatriz les dijo que en lugar de iniciar un fuego de mentiras, hicieran volar chispas de bondad.

–Les voy a enseñar un dicho que nos ayudará a iniciar un fuego de bondad que nunca se apague: «Si no tienes nada bueno que decir, no digas nada.»

–Uno de los tesoros de nuestro club será la bondad. Aquí seremos bondadosos y hablaremos la verdad. Si no tenemos algo bueno que decir de alguien, no diremos nada.

Los niños prometieron iniciar un fuego de bondad mucho más poderoso que el incendio de la ferretería.

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La fiesta del perrito Dino

Era sábado, un día de sol y cielo despejado. La buena vecina doña Beatriz había invitado a Sal y Pimienta y a los otros niños del vecindario a su casa. Era el cumpleaños de su perrito Dino y quería celebrarlo.

Dino era un perro sabio y obediente. Sabía hacer muchas cosas que los niños admiraban. Saludaba, se sentaba en atención para recibir su comida, ante de comer bajaba su cabecita como para orar, sabía contar hasta diez, y muchas otras cosas. Lo más importante es que Dino era obediente.

Los vecinitos de doña Beatriz llegaron muy contentos a la fiesta. Había globos de colores, una mesa con refrescos, gorritos para todos, y un perrito cumpleañero que estaba de buen humor. Dino dejó que todos lo acariciaran y devolvió el saludo lamiendo con mucha gana a los niños. Era como que Dino comprendía que él era el héroe de la fiesta.

UN PERRITO SABIO

Lo primero que hizo doña Beatriz fue mostrar a los niños lo sabio que era Dino. Ella le había enseñado a contar hasta diez.

Por cada dedo que doña Beatriz levantaba, Dino ladraba. Un dedo: «¡Gua!» Dos dedos: «¡Gua! ¡Gua!» Tres dedos:

«¡Gua! ¡Gua! ¡Gua!» Así siguió Dino hasta que doña Beatriz levantó diez dedos. ¡Ladró diez veces!

–¡Buen perrito, feliz cumpleaños! –dijo la buena vecina y le dio golosinas especiales para perros. Pero primero Dino tuvo que sentarse bonito y esperar la orden de «come».

LA PALABRA SECRETA

Alberto y Felix, los amiguitos conocidos como Sal y Pimienta, habían pasado toda la semana pensado en una palabra secreta; algo que según doña Beatriz vale más que todas las riquezas del mundo. La buena vecina les había dicho que la palabra comienza con SA y que es algo que les ayudaría a cuidar sus palabras.

Sal y Pimienta habían aprendido que las cosas que decimos revelan lo que hay en nuestro corazón. Para hablar cosas buenas necesitamos algo que vale más que las perlas. Nuestros amiguitos querían saber qué es.

Ellos no le habían hablado a nadie acerca de la palabra secreta porque querían adivinar cuál era y ganarse el premio que doña Beatriz les había prometido.

PEPITA GANA EL PREMIO

Después de jugar a ponerle la cola al burro y de tomar el refrigerio, con las ricas galletas y los dulces, doña Beatriz reunió a todos para hablar de la palabra secreta.

«Santa Biblia, salvador, salud, santidad, salvación…» Los niños adivinaban, una palabra tras otra. Sin pensar, alguien dijo «zapatos».

–Zapatos es con zeta –gritó alguien, y todos se rieron.

Siguieron adivinando. Pepita, una niña tímida y callada, preguntó si era la palabra «sabiduría».

–SABIDURÍA… ¡esa es la palabra! –dijo doña Beatriz, muy feliz de que los niños la hubieran adivinado.

Sacó su Biblia y leyó: «La sabiduría vale más que las perlas; vale más que cualquier cosa que se pueda desear.»

–Pepita, ¡te ganaste el premio! –gritó Sal, y empezó a saltar y aplaudir. Los otros niños también aplaudieron. Pepita no estaba acostumbrada a recibir aplausos, y bajó la cabeza un poco avergonzada por toda la atención que recibía.

Doña Beatriz sacó una Biblia, se la dio a Pepita, y dijo:

–Te doy esta Biblia para que en ella descubras lo que vale más que el oro y las perlas: la sabiduría. He puesto un señalador en un lugar especial y he subrayado estas palabras:

«Desde tu niñez conoces las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría necesaria para la salvación mediante la fe en Cristo Jesús.»

–El apóstol Pablo, un hombre escogido por Dios para que anuncie las buenas nuevas de salvación en Cristo Jesús, escribió estas palabras a Timoteo. La madre y la abuela de Timoteo le enseñaron desde niño la palabra de Dios.

«¡Gua! ¡Gua!» Dino se puso impaciente porque la atención ya no estaba en él. Doña Beatriz tenía mucho que quería enseñar a los niños acerca de la sabiduría y los invitó para que volvieran el sábado siguiente. Pero ahora se dedicaron a jugar con el perrito cumpleañero.

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¿Qué vale más que el oro?

Alberto y Felix, los amiguitos conocidos como Sal y Pimienta, tenían un enigma que resolver. La buena vecina doña Beatriz decía que Alberto hablaba con sal. ¿Qué significaba eso?

–Eres un buen muchacho, que conversas con sal –le había dicho la vecina a Alberto, y lo había invitado a él y a Pimienta a su casa.

–Hablar con sal significa darle buen gusto a las cosas que decimos –les explicó doña Beatriz a los niños–.

A nadie le gusta la comida desabrida. Tampoco es bonito escuchar malas palabras y conversaciones feas.

–A veces digo malas palabras –dijo Felix–. ¿Quiere decir eso que yo hablo con pimienta?

–¿Qué crees? –respondió doña Beatriz–. Así como la pimienta pica, las malas palabras y las conversaciones feas dejan mal gusto en la boca. Veamos lo que la Biblia dice acerca de la sal y luego veremos lo que dice de la pimienta.

PALABRAS SAZONADAS CON SAL

La buena vecina abrió su Biblia y leyó: «Que la palabra de ustedes sea siempre agradable, sazonada con sal.»

–¿Te das cuenta, Alberto, por qué me parece que hablas con sal? Te oigo decir buenas cosas; eso agrada a Dios.

Luego la buena doña Beatriz miró a Felix y dijo:

–La Biblia también habla de las malas palabras. Esas palabras son como pimienta. Te voy a leer una advertencia.

«No digan malas palabras. Al contrario, digan siempre cosas buenas, que ayuden a los demás.»

–Quisiera ayudarles, para que siempre hablen con sal. Les voy a explicar lo que enseña la Biblia.

LA LENGUA Y LA SALUD

–Hablemos de la lengua. ¿Qué pasa cuando vamos al doctor y nos examina? Nos dice que abramos la boca y nos mira la lengua. En la lengua puede ver cosas acerca de la salud.

–No lo creo –dijo Pimienta–. Eso parece raro.

–¡Es cierto! La lengua puede revelar secretos sorprendentes sobre la salud. Si algo nos molesta, y no nos sentimos bien, a veces la lengua puede revelar el problema.

Pimienta no se convenció; no lo creía. Pero a Sal le pareció interesante lo de la lengua. Su vecina le había dicho que él hablaba con sal, y ahora decía que la lengua indica cosas sobre la salud. ¿Qué más les diría la buena doña Beatriz?

La nueva amiga de los niños fue a la cocina y volvió con una cajita de fósforos en la mano.

LA BIBLIA Y LA LENGUA

–Muchachos, espero que ustedes no jueguen con fósforos.
–¡Nooo! –respondieron a una voz Sal y Pimienta.
–La chispa de un fósforo puede causar un gran incendio.
–¡Sííí! –gritaron Sal y Pimienta.

–La Biblia habla de la lengua y nos advierte que cuidemos mucho las cosas que decimos. Así como la chispa de un fósforo puede causar un gran incendio, las cosas que decimos pueden producir mucho daño. Unas palabras descuidadas son como un fuego, que puede quemar todo un bosque.

LO QUE VALE MÁS QUE EL ORO

–Para cuidar nuestras palabras necesitamos algo que vale más que las piedras preciosas –dijo doña Beatriz–. Quisiera ayudarles a encontrarlo.

–¿Más que el oro y la plata? –preguntó Pimienta.

–Sí, hijo, algo que vale mucho más. Comienza con SA. Les voy a dejar que descubran la palabra y me la digan.

Luego doña Beatriz dijo que para el sábado en la tarde invitaría a los otros niños vecinos para una fiesta en su jardín. Tendrían refrescos, harían juegos, y habría un premio para el que adivine la palabra secreta; eso que vale más que todas las riquezas del mundo.

–Avisen a sus amigos. Inviten a sus vecinos. ¡Vengan todos!

–¿Las niñas también? –preguntó Sal.

–Por supuesto –dijo doña Beatriz con una sonrisa–. Quiero que las niñas también aprendan a hablar con sal.

Descubre tú también, así como Sal y Pimienta, lo que vale más que el oro. ¿Qué será?

En MIS PERLITAS hay materiales que acompañan a esta historia.

Sal y Pimienta

En el vecindario de la buena señora Beatriz vivían Alberto y Felix. Alberto tenia la piel blanca como sal; por eso le decían Sal. Felix era más oscuro, como la pimienta; por eso le decían Pimienta. Muchos ni siquiera sabían los verdaderos nombres de los muchachitos.

Hasta en la escuela les decían Sal y Pimienta. Eran inseparables. Salían juntos a la escuela en la mañana y volvían juntos en la tarde. Juntos hacían las tareas, y juntos dormían… ¡No, eso no! Cada uno dormía en su propia cama y en su casa.

Aunque eran muy buenos amigos, y casi inseparables, había una gran diferencia. Y no me refiero al color de la piel, cosa en lo que nunca pensaban. Sigue leyendo…

ALBERTO HABLABA CON SAL

Un día la buena vecina Beatriz le dijo a Alberto, el muchacho al que le decían Sal:

–Eres un buen muchacho. Me gusta que hablas con sal.

–Disculpe, señora, creo que se ha confundido –dijo Alberto–. Yo soy Sal y mi amigo Felix es Pimienta.

–No me refiero a eso, hijo –dijo la buena señora–. He observado que hablas con sal.

Alberto se despidió de la buena vecina Beatriz, muy confundido.

Camino a la escuela al día siguiente, le comentó a su amigo Pimienta lo que había dicho la vecina. Era un enigma* que ambos trataron de resolver; pero fue imposible.

*ENIGMA es un misterio, un secreto

 

Alberto preguntó a sus padres si ellos sabían lo que era hablar con sal; pero para ellos también era un enigma. La próxima vez que se encontró con la buena vecina le preguntó el significado de hablar con sal.

–Ven a mi casa y te lo explico –le dijo ella–. Trae a tu amiguito Pimienta y se lo explicaré a ambos.

EN CASA DE LA VECINA

Alberto y Felix pidieron permiso a sus respectivos padres y fuero a visitar a la buena vecina. Doña Beatriz los recibió muy amablemente. Los invitó a pasar a la sala de estar y les sirvió jugo y galletas. Sal y Pimienta se sintieron muy honrados, como si fueran gente grande.

Doña Beatriz les dijo que podían comer todas las galletas que quisieran. ¡Qué fiesta para ellos! Después de que tomaran el jugo y comieran las galletas, doña Beatriz sacó un libro grande que tenía en su estante. Era una Biblia gigante.

Sal y Pimienta no estaban acostumbrados a leer la Biblia. Doña Beatriz les explicó que la Biblia es el libro de Dios, escrito para que podamos conocer su amor. Sobre todo, para que lleguemos a conocer todo acerca de Jesucristo, el Hijo de Dios, que vino al mundo para ser nuestro Salvador.

LA SAL DA BUEN SABOR

–En la Biblia hay toda clase de temas –dijo la buena vecina–. También habla de las conversaciones.

¿Qué? A Sal y Pimienta les pareció muy raro. Se miraron, confundidos. ¿Sería esto otro enigma para resolver?

–La sal da buen gusto a las comidas –dijo doña Beatriz–. ¿Alguna vez han comido algo desabrido?

Sal y Pimienta asintieron con la cabeza. A veces les tocaba comer cosas sin sabor. ¡Era horrible!

–La comida es desabrida porque le falta sal –les explicó la vecina–. Alberto, tú hablas con sal; por eso me gusta escucharte. Lo haces con gracia y cortesía. No te he oído decir malas palabras.

Alberto levantó los hombros y se estiró un poco en el asiento. Nunca nadie lo había elogiado por su forma de hablar.

–Eres Sal y hablas con sal. Me gusta eso –dijo doña Beatriz, a la vez que preguntó a los muchachos si querían más galletas.

–No gracias, señora –respondió Sal, con mucha cortesía.

–A veces digo malas palabras –dijo Felix, a quien le decían Pimienta–. ¿Quiere decir eso que yo hablo con pimienta?

–Buena pregunta, muchacho –respondió doña Beatriz–. Veamos lo que la Biblia dice acerca de la sal y luego veremos lo que dice acerca de la pimienta.

La buena vecina Beatriz abrió su Biblia y leyó… (SIGUE LA SEMANA QUE VIENE)

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