Daniel, salvado de los leones

Lealtad es fidelidad. Ser leal es ser fiel, como fue Daniel. Toda su vida fue leal a Dios. También fue un siervo leal en las cortes de los reyes Nabucodonosor, Belsasar, Darío y Ciro.

Daniel era de la familia de los reyes del pueblo de Dios. Él y sus amigos fueron llevados cautivos como esclavos por un rey poderoso llamado Nabucodonosor, del reino de Babilonia.

Desde un principio Daniel decidió ser fiel a Dios. No se contaminó con las costumbres del nuevo reino, donde adoraban ídolos, algo que Dios había prohibido. Dios le dio sabiduría y conocimiento, mucho más que los magos y astrólogos del reino.

Un gobernador fiel

Daniel fue un siervo fiel durante el gobierno de cada uno de los reyes. Era el mejor gobernador de los mejores. Era tan bueno y fiel que durante el reinado de Darío, este rey pensaba ponerlo como jefe sobre todo el reino.

Los compañeros de trabajo de Daniel le tenían mucha envidia y buscaban algo de qué acusarlo; pero no había nada. Entonces idearon un plan malvado.

Ellos habían visto que Daniel oraba a Dios tres veces al día, con las ventanas abiertas hacia Jerusalén. Desde que lo habían llevado cautivo de Jerusalén a Babilonia, Daniel nunca olvidó al Dios de su pueblo Israel, y por eso oraba tres veces al día. ¡Qué hermosa costumbre!

La trampa para el rey

En el reino de Darío tenían un foso de leones que se usaba para castigar a criminales. Echaban a los criminales en el foso y los leones se los comían. Los gobernadores envidiosos pensaban engañar al rey Darío para que Daniel sea echado en ese foso.

Sugirieron al rey que dictara una nueva ley. Era una ley para que durante un mes todos solamente oraran al rey. Si alguien oraba a algún dios u hombre, y no al rey Darío, sería echado al foso de los leones, como si fuera un criminal.

El rey se sintió honrado por esta propuesta; le agradó el plan. Y proclamó la nueva ley en todo su reino.
Pero cuando le trajeron al gobernador Daniel como un criminal, que no había cumplido la ley, el rey se puso pálido. ¡Había caído en una trampa!

Una noche entre leones

Los gobernadores malvados habían espiado a Daniel, y lo habían visto orar a su Dios. Muy complacidos lo trajeron al rey para que fuera castigado.

–Daniel, mi muy amado Daniel –dijo el rey, desesperado–. El decreto está firmado. Tengo que hacerlo; tengo que echarte a los leones. «¡El Dios tuyo, a quien tú continuamente sirves, él te libre!»

Esa noche el rey Darío no quiso comer ni escuchar música; no quiso hacer nada… ¡y no pudo dormir!

En el foso de los leones el gobernador Daniel dormía tranquilo entre leones. ¡Un león era su almohada!

Los leones, ¿no se comieron a Daniel? ¡No! Dios mandó su ángel para cerrar la boca de los leones.

Ni siquiera un rasguño

Muy de mañana, el rey fue al foso y llamó a gritos a Daniel.

–Daniel, muy amado Daniel –gritó el rey–. El Dios, a quien continuamente sirves, ¿te ha podido librar de los leones?

¡Qué alegría para el rey cuando Daniel le contestó desde lo profundo del foso! ¡Dios lo había salvado! Él era inocente; no había hecho nada malo. ¿Cuál era su «crimen»? Daniel había orado a Dios; ese era el crimen.

Cuando sacaron a Daniel del foso, no tenía un solo rasguño. Los leones no le habían hecho ningún daño, porque él confiaba en su Dios. Daniel era un hombre leal.

A los hombres malvados, ¿qué les pasó? Ellos y sus familias fueron echados al foso de los leones. Antes que llegaran a tocar el suelo, los leones cayeron sobre ellos y les trituraron los huesos. ¡Qué triste suerte pagaron por su envidia!

El decreto del rey

El rey Darío, muy impresionado por el poder de Dios, mandó una carta a todos los pueblos y naciones del mundo. ¿Qué crees que decretó? Que en todo lugar de su reino se adore y honre al Dios de Daniel.

Léelo en Daniel 6:26 y 27.

Aunque Daniel sabía que su castigo sería la muerte, no tuvo miedo ni dejó su costumbre de orar a Dios tres veces al día.

¿Cómo sería si tú fueras tan fiel a Dios, que el presidente de tu país hiciera un decreto de que todos debían adorar al Dios que tú sirves? ¡Piénsalo!

MIS PERLITAS

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La reina que visitó a Salomón

En Jerusalén estaban acostumbrados a cosas magníficas. Allí vivía el rey más sabio y rico del mundo. Tanta era la riqueza en el palacio que la vajilla y los vasos para beber eran de oro; la plata no tenía más valor que las piedras.

Un día llegó una espléndida caravana. Era la reina de Sabá que venía acompañada de mucha gente y de camellos cargados con oro y piedras preciosas.

La fama del rey se había extendido por el mundo. Lo que se decía de Salomón era tan extraordinario que la reina tuvo que venir para ver si era verdad.

Todo comenzó con un sueño…

El sueño de Salomón

Una noche Salomón, que recién había heredado el trono de su padre David, tuvo un sueño. En el sueño, Dios le dijo: «Pídeme lo que quisieras que te dé.»

Había muchas cosas que Salomón podía pedir. Por ejemplo, riquezas, ser famoso y conocido por todo el mundo, poder para vencer a sus enemigos, y gozar de larga vida.

Todo eso era bueno, pero había algo que le hacía falta para guiar sabiamente a la nación de Israel. Salomón necesitaba sabiduría; por eso no pidió riquezas, honor, poder y larga vida, sino sabiduría. A Dios le agradó su pedido.

–¿Qué creen que Dios le dijo? –preguntó doña Beatriz.

–Que le iba a dar sabiduría –gritó Pimienta.

–Sí, Salomón sería el rey más sabio del mundo. Porque había pedido sabiduría, Dios le daría también todo lo demás.

Doña Beatriz repartió papeles a algunos de los niños para que lean lo que recibiría Salomón.

–Riquezas –leyó Pepita–. Sería el rey más rico de la tierra.

–Poder –leyó Samuel–. Salomón vencería a sus enemigos.

–Fama –leyó Sal–. Salomón sería tan famoso que vendrían de todas partes del mundo para conocerlo.

–Larga vida –leyó Pimienta–. Si Salomón cumplía los mandamientos, Dios le daría larga vida.

Sabiduría y riquezas

Salomón tuvo mucha sabiduría. Compuso 3.000 proverbios y 1.005 cantos. Enseñó acerca de árboles y plantas, y también enseñó acerca de animales, aves, reptiles y peces.

En la Biblia tenemos tres libros escritos por Salomón: Proverbios, Eclesiastés y Cantar de los Cantares.

Además de sabiduría, Salomón tuvo riquezas. Era el rey más rico y famoso del mundo. Tenía 1.400 carros, 40.000 caballos y 12.000 jinetes. Cada tres años llegaban barcos que traían oro, plata, marfil, monos y pavos reales. También recibía cada año 22.000 kilos de oro.

La reina de Sabá

Fue así que, un día, llegó al palacio la reina de Sabá. Ella le hizo muchas preguntas difíciles a Salomón; y no hubo ni una que el rey no le contestara.

La reina quedó asombrada por la sabiduría de Salomón. Admiró el hermoso palacio que él había construido, la comida de su mesa, y la organización de sus siervos. Le impresionó también el templo y los sacrificos que Salomón ofrecía.

El templo era magnífico, construido con el mejor material y cubierto de oro por dentro. Al inaugurar el templo, Salomón ofreció sacrificios de paz: 22.000 bueyes y 120.000 ovejas.

–¡Todo lo que escuché en mi país acerca de tus triunfos y tu sabiduría es cierto! –dijo la reina–. No podía creerlo; pero ahora lo he visto con mis propios ojos… no me habían contado ni siquiera la mitad. ¡Eres más sabio y rico de lo que yo había escuchado!

Después de ver las riquezas de Salomón y de escuchar su sabiduría, la reina le dio muchos lindos regalos: oro, especias y piedras preciosas. Él le dio a ella todo lo que quería.

¿Larga vida para Salomón?

–Además de fama, riquezas, poder y sabiduría, ¿qué había prometido Dios a Salomón? –preguntó doña Beatriz.

–Larga vida –respondió Sal–. Eso es, si cumplía los mandamientos de Dios.

–¿Tuvo una vida larga? –preguntó Pimienta.

–Salomón recibió muchos lindos regalos de Dios; pero al final de su vida se olvidó de Dios y dejó de cumplir los mandamientos –dijo doña Beatriz–. No tuvo una vida tan larga y fiel a Dios como su padre, el rey David.

Salomón comenzó bien e hizo justicia; pero terminó mal. Es importante seguir fiel a Dios todos los días, hasta el fin.

MIS PERLITAS

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Salomón juzga con justicia

El rey Salomón ordena que le pasen una espada. Entonces por toda la corte resuena su voz:

–¡Partan por el medio a este bebé!

–¡Nooooooo! –se oye el grito angustiado de una mujer–. ¡No maten a mi bebé! Prefiero que se lo den a esta otra mujer para que viva.

–¡Denle a ella el niño! –ordena el rey.

¿Qué ha pasado? ¿Será verdad que el rey piensa partir por la mitad a un bebé?

Dos mujeres y un bebé

Dos mujeres han llegado a la corte del rey Salomón.

–Esta mujer se ha robado a mi bebé –se queja una de ellas–. Su bebé murió y se robó a mi hijo.

–Su Majestad, el bebé es mío –dice la otra mujer.

–¡No! El bebé es mío –afirma la madre del niño–. Las dos dimos a luz casi al mismo tiempo. Anoche ambas estábamos en casa con nuestros bebés, profundamente dormidas. Esta mujer, seguramente sin quererlo, aplastó a su bebé y el niño murió asfixiado.

–¡Mentira! ¡Mi hijo es el que está vivo!

–Su Majestad –prosigue la madre del niño vivo–. Al despertarse y ver a su hijo muerto lo cambió por mi bebé, que estaba vivo.

La mujer llora desconsolada al contarle al rey lo que ha pasado, y en medio de su llanto, dice:

–En la madrugada, cuando me desperté para amamantar a mi hijo, sentí su cuerpo sin vida; pero al momento y me di cuenta de que no era mi bebé. ¡Esta mujer cambió a mi hijo!

–¡No! Tu hijo es el muerto, y mi hijo es el que vive.

Es entonces que el rey pide una espada para partir por la mitad al niño.

–¡Noooooo! –grita la madre, angustiada–. Su Majestad, no mate a mi niño. Prefiero que lo tenga la otra mujer.

–¡Esta es la madre! –dice Salomón, y ordena que a ella le den el bebé vivo.

Juicio con justicia

Así juzgó el rey con justicia. Y corrió por todo Israel la fama de que Salomón tenía sabiduría de Dios para juzgar.

–¿Qué hubieran hecho ustedes? –preguntó doña Beatriz.

–Yo hubiera mandado a hacer un examen de ADN –dijo Sal, que había visto en un programa de televisión que con ADN se puede definir si dos personas son de la misma familia.

Eso no hubiera sido posible –informó doña Beatriz–, porque hace miles de años no conocían la tecnología necesaria para hacer esos exámenes.

–Yo me hubiera fijado en el bebé para ver a quién se parecía –dijo Pepita–, aunque para mí los bebés se ven iguales.

–A mí me parece buena idea lo que hizo el rey –intervino Pimienta–. Me gustaría ser como él.

–Salomón juzgó con justicia –dijo doña Beatriz.

El principio de la sabiduría

–¿Cómo es que el rey iba a partir al bebé? Eso me parece malo –dijo Estrella con lágrimas en los ojos. El cromosoma del amor que tiene hace que sea muy sensible.

¿Recuerdas que Estrella les ha contado a sus amigos que es un poco diferente porque tiene un cromosoma extra? Su papá dice que es un cromosoma de amor. Es verdad, porque Estrella es muy amorosa, como generalmente son los niños con Síndrome de Down.

–No llores, Estrella –dijo doña Beatriz–. Salomón no pensaba partir al bebé. Era solamente una prueba. Él estaba seguro de que la madre del niño no iba a permitir eso.

–¡Y tuvo razón! –dijo Sal–. ¡Qué buena idea! Yo quisiera ser sabio como Salomón.

–Dios le dio sabiduría –dijo doña Beatriz–. Por eso supo juzgar con justicia. La justicia es un aroma fragante. Más que ofrendas y sacrificios, a Dios le agrada que se haga justicia. Eso significa hacer lo correcto, sin engaño.

Salomón fue el rey más sabio y famoso. De todo el mundo venían para ver sus riquezas y oír su sabiduría.

«Respetar al Señor es el principio de la sabiduría», dice uno de los proverbios de Salomón. Él compuso 3.000 proverbios y 1.005 cantos.

Sal está emocionado porque en la próxima reunión del Club van a aprender cómo Salomón recibió su sabiduría y sus riquezas. ¡No te lo pierdas!

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